martes, 30 de abril de 2013

1993: La escuela de Logrezana, nuestro albergue en Candás.

El año 92 fue un desastre para las finanzas de Tiempos Libres. Algunos padres llevaban tiempo pidiendo que contratáramos una granja escuela. Así que hicimos esa pijotada, uno de los campamentos de verano era una granja escuela, con contrato firmadísimo. Y, mira tú por dónde, ese año, esos mismos padres se llevaron a sus hijos a la expo y nos comimos con patatas la granja escuela y su contrato. En aquel momento empezó mi pasión por el control de las cuentas de mis asociaciones.

El caso es que, con un déficit impresionante que una asociación juvenil como la nuestra no se podía permitir, en el año 93 nos pusimos a buscar fórmulas baratas para campamentos. Ya habíamos tenido la experiencia de la cesión de una escuela junto al mar en Manilva. Así que buscamos algo parecido por el norte. Alguna amiga conocía al alcalde de Candás y un fin de semana, mi amigo Jesús me llevó desde Valladolid. El alcalde conocía bien Tiempos Libres, de dónde veníamos y –tal-vez- a dónde íbamos. Nos contó que el colegio que buscábamos era imposible porque lo ocupaba en verano la Junta del Principado. Pero que había otra solución.
Subimos por carrerteritas locales, entre horreos y chalets, hasta las escuelas del núcleo rural de Logrezana, un edificio de estilo indiano mandado construir por un emigrante que en 1832 volvió a su pueblo con ganas de impresionar. Precioso. En uno de los lados tenía la casa del maestro, deshabitada y rápidamente hice un plano mental de cómo redistribuirla. Arriba una buhardilla con un techo de madera fantástico. Y luego, las dos aulas, con un bloque de baños en el centro que incluía duchas. Y un patio grande.

Y así empezaron los años de Candás. Con mar, con mucho campo, con playa. A unas 4 horas de Madrid. Firmamos un convenio con el Ayuntamiento. Montamos el tradicional campo de trabajo el 1 de julio. Creo que Richard, Peque y pocos más, creo que Susana entre otros. Convertimos 3 habitaciones en comedor, dejamos una pequeña biblioteca y adecentamos la cocina con unos paelleros y todo el menaje lo que pudimos agenciar. Todo para que el 1 de agosto recibiéramos al primer grupo de peques. Menos mal que eran pocos: 16…

Compramos deprisa camas. Las más baratas, pero del cutre inglés, que era el único que nos fiaba. Mantas, de las de viaje, que no teníamos para más… Y los monitores, en el suelo de la buhardilla. Pero era un lugar estupendo como centro de vacaciones. El patio, los paseos hasta la playa, Perlora, el tren hasta Gijón, la noche junto al faro…
 Al año siguiente, la cosa mejoró, ya no había tanto déficit y pudimos comprar las famosas literas rojas (que se llevó Richard en una furgoneta desde el Conforama de San Fernando). El Ayuntamiento nos arregló la cocina; compramos más juegos; Lucky hizo una cocinita de juguete; las camas de los niños del año pasado subieron al cuarto de monitores. Dani y Alex tonteaban en el patio, Diego Flanes jugaba al diábolo con los más peques. Vero y Yuyu contaban sus pesadillas búlgaras. Hicimos dos o tres turnos de campamentos e hicimos pasar por allí la ruta transcantábrica de los mayores.

En cualquier caso seguíamos teniendo deudas, sobre todo con la empresa de autobuses. Precisamente uno de esos días, estaba yo sentado en las escaleras de entrada cuando apareció el dueño de los autobuses “hola, pasábamos por aquí y hemos venido a veros”. ¿Qué hacer en ese caso cuando debes toda la campaña de verano? Muy fácil, te entra un dolor inmenso de repente y te desmayas. Pero no de mentira, no, te desmayas de dolor, te quedas blanco, te doblas en dos sin saber de dónde viene tanta angustia... vamos, que el empresario jura y perjura que no viene a cobrar y los demás te cogen entre varios y te llevan a urgencias. El médico de desplazados no era muy avispado y me diagnosticó un corte de digestión y me dio unas pastillas que, inmediatamente, vomité. Mientras Dani me subía de nuevo a la escuela/albergue en su twingo yo pensé que me moría de verdad. Bueno, para tranquilizarme pensaba que siempre me habían dicho que morirse no duele; y aquello dolía mucho mucho. Vomitaba bilis y el pobre Dani, estaba más blanco y asustado que yo.

Me dejaron en la cama mientras que bajaban a por más médicos. El dueño de los autobuses había hecho mutis por el foro, pobre hombre, nunca llegó a cobrar toda la deuda. Imagino que, si no me preguntaba, era por miedo a otra crisis mía. Cuando subió el médico me hicieron análisis: cólico nefrítico. Un chute de Buscapina y a dormir.
Cuando desperté recuerdo que llamé a todos los mayores del campamento, que debían haber estado también bastante acojonados "se nos muere el jefe". Y les pegué una charla para que nunca olvidaran del valor de la sanidad pública española. Y poco a poco fui recuperándome mientras meaba mi arenilla. Menos mal que no fue piedra. 

Molaba Candás y la escuela de Logrezana. Hicimos allí muchos cursos, encuentros y campamentos. Como todo, la renovación en la dirección de Tiempos Libres también significó su abandono. A ello se sumaron nuevos problemas económicos derivados de nuestro afán de contratar a gente en condiciones. Pero al margen de eso, creo que la escuela de Logrezana fue un recurso educativo y de tiempo libre fundamental en la vida de muchos chavales y chavalas. Y creo que, hoy, muchos años más tarde, alguno leerá esto con melancolía y agradecimiento.

lunes, 29 de abril de 2013

2005: Cosas que encontré en La Habana

Por fin estuve en Cuba. Tres días y medio. Y de trabajo. Pero estuve allí. Y salí con buena impresión.
Fui en un viaje por los pueblos de Centroamérica con los que cooperaba Coslada. Un viaje oficial. Pero para que saliera barato, me busqué yo los billetes por internet. Y eso en 2005 era algo complicado para el coco de un interventor municipal. Aún estoy esperando que me lo paguen. Así que me fui de concejal a un viaje como concejal pero me lo pagué yo.
Llegué en un avión de Cubana. Desde Costa Rica. Un avión repintado, con apaños con alambre para sujetar los asientos, ventanas redondas y una azafata divertida y fantástica. Salía un vapor extraño desde el suelo y vibraba como un todoterreno por las colinas de El Salvador. Hubo un momento de crisis, una turbulencia. Cuando fui a mirar las instrucciones, era un Yakolev 42. Las dejé inmediatamente y me encomendé al Comandante... Al comandante Comandante, no al piloto...
Llegué en pleno discurso de Fidel. Llevaba tres horas y media. Pero como estaba contando el sueldo que le correspondía a cada categoría profesional, el conjunto de los trabajadores del aeropuerto estaba anonadado frente a las televisiones. Me recogieron del ayuntamiento de San José de las Lajas y fui para allí, a este pueblo ganadero de la provincia de la Habana. Un paisaje tropical, verde verde. La autopista nacional llena de cadillacs de colores insospechados y de gente con billetes en la mano esperando que algún conductor los recogiera. Las orillas de la autopista, segadas con machete por multitud de jardineros de edades insospechadas.
Pero en San José descubrí una sociedad, crítica con la revolución pero no fuera de ella. Con bastante libertad de opinión y con bastante criterio. Hablé con gentes diversas, desde con su alcalde hasta con un viejo agricultor empeñado en plantar huertos autosuficientes en solares vacíos. Me parecieron gente culta, animada, preocupado spor el mal momento que atravesaban, pero para nada ajenos a participar en él. Para mí, fue un contraste en comparación con la podrida sociedad rusa que había conocido en 1988.

Una noche me llevaron al castillo de El Morro. Entramos deprisa porque llegábamos tarde al cañonazo. No me importó, recorriendo los callejones de aquel fuerte sentí algo que no había sentido nunca antes en un país extranjero. No me era un sitio extraño, aquello rezumaba españolidad por todos los lados. O como queráis llamarlo. Pero me sentí en casa.
Desde el Morro me asomé a La Habana. Bufff, La Habana vieja: qué maravilla. La bahía en forma de agujero de cerradura, catedrales, edificios y luces. Y aquella costa del Malecón. Bellísima bajo sus escasas luces.

Al día siguiente, tarde libre. Visita obligada a Copelia a pedir helado de fresa. Jaleo con los pesos, los propios y los convertibles. Jaleo con los helados y la compañía. Da igual. Llovía pero había helado de frambuesa. La señora de mi mesa conversaba con su nieta. Los turistas al otro lado, seguramente muchos buscando lo mismo que yo: helado de fresa.
Paseo, por Miramar. El Habana Libre, feísimo, pero cargado se simbolismo… Luego, recorrido en cocotaxi hasta la calle obispo. Librerías, bares antiguos, casas neoclásicas habitadas por 60 familias…

El último día, el vicepresidente de San José me llevó a recorrer el Malecón. Flaquitos flaquitos, decía Sabina. La Habana es Cádiz con más negritos, cantaba Carlos Cano. Felices. Guapos. Altaneros. Pretendidamente felices. Y enfrente, una ribera plagada de casas modernistas que me recordó en algo al Cabanyal valenciano, pero diseñado para marquesas y gánsteres de entreguerras. Todo difícilmente mantenido. Casi en ruinas, devorado por la sal y el oleaje del Caribe más feroz.
“¿Tú qué harías para arreglar esto?”, me pregunta mi acompañante cubano. Yo le explico que vengo de un mundo capitalista, con ideas diferentes a las suyas, que tal vez no concuerden. Le explico que yo, tal vez en el mundo no hay otro paseo como ese. Que, seguramente, mucha gente pagaría millones por esas casas y que luego las mantendrían. Y que, con el dinero de la venta, podrían construir miles de viviendas sociales de calidad para los cubanos. Pero que eso son pensamientos de una persona sujeta a los avatares de los mercados y no demasiado enfrentado a ellos… “Qué va. Has respondido lo mismo que los camaradas chinos. Bueno, la primera parte. Los camaradas chinos, de lo de invertir en viviendas sociales, no dijeron nada…”

Tomamos una cervecita en el Hotel de Dos Mundos el preferido de Walt Whitman, Hemminway o Lorca. Charlamos sobre lo divino y lo humano. Le dije que salía muy contento de haber visitado Cuba. Y le prometí que volvería. Con más tiempo.

Tengo que buscar tiempo para cumplir mis promesas…

domingo, 28 de abril de 2013

1974: Santa Cruz del Valle (y no de los caídos)

Debió ser en el 74, porque creo que tenía 11 años, porque mi hermano acababa de acabar la mili y porque hacían furor los Madres del Cordero son el saca-el-güisqui-chely.

Fuimos en el Manolito, un descapotable. O sea, un seiscientos amarillo de los de puertas al revés y capota de tela, que se podía llegar a abrir, lo que facilitaba la ventilación cuando, en las cuestas arriba, el motor se calentaba. En Robledo de Chavela paramos a comernos un bocadillo de sobrasada, algo que probé aquel día y que no he dejado de saborear el resto de mi vida. Llegamos bastante tarde, para decepción del señor maestro, Benito, que había convocado una recepción con pancarta incluida en la que creo que salía yo dibujado con unas pintas que no me gustaron nada.
Para colmo, el que hasta entonces nunca había tenido diminutivo (cursiladas, decía mi padre), tuvo que empezar a tragar el consabido "Miguelito". Influencias de Quino, imagino.

Pero el caso es que llegamos cuando la ya escuela había cerrado y, claro está, el comité de bienvenida había emigrado cada uno a su casa y a su merienda. Santa Cruz era un pueblo, sensación esta de "el pueblo" desconocida para mí, que no tenía. Mi origen era Zamora, una capital de provincia, con muchas más normas y seguridades que mi propio lugar de residencia, Villalba. Lo que un niño de 11 años entiende como "el pueblo" es un espacio habitado pero poco, donde no hay normas o las que hay, se relajan: Vuelves a casa tarde, sales y entras cuando te da la gana, vas de casa de amigo en casa de amigo y hay un infinito territorio virgen a su alrededor donde afrentar las más impresionantes aventuras.
Como en la casa del tío Benito y la tía Rosi -los padres de Charo- no cabía la cantidad de tropa llegada, me mandaron a la de los vecinos, que tenían un cuarto de invitados con un cristo manco y feo que él solito debió generar la mitad de los ateos del pueblo de miedo que daba. La casa de Javi y Sole, que se convirtieron en dos buenos amigos. Más tarde se juntaron Rober y Conchi y con ellos disfruté de muchos fines de semana, escapadas y vacaciones en lo que sí pudo ser, mi preadolescencia.

Santa Cruz fue: el baile en la plaza, la primera borrachera, los líos con los civiles por ya no me acuerdo el qué, las canciones, las fiestas de los pueblos del valle, lecturas bajo algún árbol, cassettes grabados a pelo, paseos en burro, idas p'arriba, tontadas en la piscina, idas p'abajo alguna vaquilla y una infinita libertad.
Volví mucho a Santa Cruz, al cobijo de la casa de Benito y Charo. Algún amigo emigró a Bilbao, otros fueron apareciendo. Muchas veces he vuelto a tareas de los más diversas: Traductor, animador, turista… Pero queda el recuerdo de aquellos veranos; los callos de Casa Magras, los billares del Pato Cojo, los primeros cubatas. En Santa Cruz la vida adulta se asomaba y aparecía segura y feliz. Es lo que tienen montañas como Gredos y pueblos como aquel que -fue durante un tiempo-, el pueblo que yo no había tenido. 

viernes, 26 de abril de 2013

2010: SunBikes, discover Spain cycling

Coges tres pasiones, pongamos por ejemplo: los viejos trazados de ferrocarril, la España interior y la bicicleta; los agitas y los mezclas… Y lo que te sale es una vía verde. Tengo más pasiones, claro está. Pero creo que esas tres son fuertes y me han acompañado desde la infancia. Así que una vez bien compuesto el cóctel, en 2010, nos plantamos en Jaén para iniciar nuestra primera vía verde en bici: la del Aceite y la de la Subbética, hasta Cabra de Córdoba, que son la misma. Una especie de torre Eiffel extendida entre los enormes olivares de mi Andalucía.

Pero no os voy a contar aquí hoy todas estas rutas estupendas, lo hace mucho mejor LuisMi Domínguez en “Vive la Vía”. Fue, precisamente con este grandísimo comunicador, meses más tarde, cuando empezó esta aventura. Nos fuimos Néstor y yo a unas jornadas sobre vías verdes y en el ya tradicional apartado de “ahora con los recortes qué hacemos”, tanto LuisMI como yo les contábamos a la gente que hay que pasar de usuarios a ciudadanos. Que hay que organizarse. Que no vale sólo disfrutar de los servicios públicos, también hay que asumir su protagonismo. El caso es que tras unas cuantas charlas, algún informe mío, algunas preguntas extrañas, unos meses después, me empecé a sentir un poco mal.
Porque me encontré con algo que ya he sentido otras veces en mi vida. La extraña inquisición de que “si este no quiere nada, es que quiere algo”. Esa sospecha tan generalizada en este país de que si alguien aparenta luchar por el bien común, lo que está es llevándose el gato a su agua. Esa inquina mitad envidia mitad desdén que tantos proyectos guapos ha truncado en nuestra historia. Y me sentí ofendido.

Las cosas de la economía ya iban mal. Llevábamos dos años de crisis y de brotes verdes que nunca brotaban. Y decidí que si tanta gente pensaba que yo buscaba lucrarme, pues me iba a poner a ello. En el fondo, un animador social voluntario siempre es sospechoso para el sistema y un “emprendedor” ahora resulta que es un ejemplo a seguir. Como en una novela de Delibes, teníamos el paisaje (la enorme red de vías verdes y caminos naturales); teníamos la pasión (la bici) y sólo nos quedaba el personaje: nosotros dos. Una pequeña empresa de viajes tranquilos en bici por lo mejor de la España que tanto conocemos.

Unos cuantos amigos: Jesús, Ana, Sonia, Raúl y, sobre todo, Jorge y Aletta pusieron también dinero. Néstor se apuntó a cursos de gestión, yo diseñé la mejor web que había hecho nunca, metimos un pastón en publicidad en internet y muchas horas en vídeos y redes sociales. Incluso estuvimos en Fitur para que nos explicaran lo que buscan los cicloturistas europeos. Nos pegamos un curro del copón y montamos la empresa más maja y simpática que se conoce al occidente del Danubio. Sólo tiene un pequeño fallo: no vende nada. ¿Cuál es el problema? Pues no lo sabemos muy bien. Posiblemente que, quien busca estos viajes no nos encuentra; y que quien nos encuentra, no busca estos viajes…
SunBikes tiene más de 2000 amigos en Facebook, un catálogo de viajes que apasiona, horas y horas de curro… No lo vamos a echar por la borda ahora. Aunque no tengamos clientes, estamos nosotros y nuestros amigos para pasarlo bien sobre unos pedales viendo ciervos, viaductos, águilas imperiales y pueblitos maravillosos junto a una antigua estación. Eso sí. Para diseñar viajes servimos, para empresarios, parece que no demasiado…

jueves, 25 de abril de 2013

1975: Claveles en la cárcel


Ayer fue 25 de abril. 39 aniversario de la revolución de los claveles; nuestra revolución vecina, la que en España fuimos incapaces de hacer. Ocurrió en 1974, pero hoy quiero hablar de 1975, justo un año después.

Hacía poco que la policía franquista había entrado a saco en la antigua catedral de Madrid, San Isidro, en un acto que tensionó aún más las relaciones del régimen con el arzobispo Tarancón. En la catedral estaba reunida una asamblea permanente de estudiantes de la Universidad y decidieron disolverla. La que se lió fue parda. Muchos de los allí reunidos acabaron, primero en la DGS y luego en la cárcel. Una de ellas fue mi hermanita Reyes, que debía ser delegada de Medicina o algo así.

Le pusieron una multa de 200.000 pesetas y -si no pagaba- creo que un mes o dos de cárcel, en Yeserías, ahí al lado de la fábrica de “El Águila”. En casa me dijeron que no se lo contara a nadie. Listos iban, no iba a presumir yo de heroína familiar… Además, en la cárcel, les daba por hacer manualidades. Por ejemplo, unos bolsitos de lana que se colgaban del cuello como un collar hecho de punto. A mí, Reyes me hizo uno con una M de Miguel que llevaba yo colgando del cuello tan orgulloso. Más de uno dijo “M de maricón”. Tontos, era “M de móvil” 20 años antes de que éstos salieran…

El caso es que en la Complutense sacaron el dinero y, precisamente, un 25 de abril, tocaba visita en la cárcel. Allá que fuimos la familia y un montón de amigos. Íbamos a darle la noticia de que la sacábamos de la cárcel. En Yeserías había a veces una cierta permisividad y dejaban entrar a gente que no era de la familia. Era fácil, hablabas con las gitanas, que ninguna tenía carné, y entrabas en sus grupos. Luego, te cambiabas de fila y te ponías en la de los presos políticos.

A mí esto no me tocaba, yo era familia genuina, pero me parecía emocionantísimo. Sobre todo aquel día, en que éramos tantos, creo recordar a Juanito, Paloma, tal vez su hermano Juan Carlos… Y sobre todo, por la contraseña que nos repartieron para llevar en el bolsillo. Al salir las presas, todos los que estábamos a este lado del locutorio, sacábamos claveles rojos y nos los poníamos en las solapas. Y claro, a continuación le contábamos que esta tarde estaría en libertad.
A mí aquello se me quedó muy grabado. No había cumplido los 12 y me parecía que estaba ya en plena ola de lucha por la libertad. Al final, incluso me dejaron darle un beso a través de las rejas.

El resto del día lo pasamos mis padres y yo en un bar cerca de la esquina de la cárcel esperando que llegara el motorista. Las noticias de la tele comentaban las celebraciones del primer aniversario portugués. El de la moto con los papeles no sé si llegó. Mi hermana nunca había sido muy puntual, no tendría por qué serlo tampoco para salir de la cárcel.

En el aire quedaron dos canciones de aquellos días: Grandola Vila Morena y Abril 74, una de las canciones del “Itaca” de Llach. La verdad que no han cambiado las cosas mucho. Hoy mismo los grises, ahora de azul, han entrado en Somosaguas. Los mismos perros, las mismas perrerías, distintos collares.

miércoles, 24 de abril de 2013

1969: Desde que te he conocido ya no vivo llorando ¡hey!...


Cuando yo tenía 10 o 12 años, había dos tipos de raros. Los que veían alguna vez el UHF, que ya eran raros. Y luego, los que no tenían tele. Esos éramos los raros-rarísimos. Porque vale que había gente que podía escasear de pecuniario para agenciarse una (difícil; antes pasar hambre que no tener caja tonta). Pero  en una familia con dos sueldos (aunque fueran de maestros), que no hubiera tele, era el colmo del snobismo.

La verdad es que mi madre nunca soportó estar demasiado tiempo delante de ese aparato. Creo que lo heredé. Y mi padre, pues si quería ver el fútbol se iba, por este orden, a casa de doña Pura (vecina de enfrente); a casa de don Feliciano, vecino de abajo; o al bar de la esquina, mucho peor visto. El caso es que llegado 1969, la tele nacional decidió dar otras cosas que no fueran noticias del mayo francés (del español ni se hablaba, por supuesto) y producir su primera emisión en color: el festival de Eurovisión.

Massiel había ganado el año antes, así que nos tocaba organizar. Como al caudillo eso de la ópera se la traía al pairo, que su excelencia era más de zarzuela, decidieron cargarse el Teatro Real para montar una sala de conciertos eurovisivos. Y bien que se lo cargaron. Pero oiga usted, España tenía que salir en las teles europeas y, a ser posible, volver a triunfar, el gesto alegre y firme el ademán.

Así que aquel día la cita era abajo, en casa de don Feliciano y doña Sole. Seguro que Carmen Casado -que lo mismo esta leyendo esto- se acuerda. Creo que incluso llevamos unos silletines plegables de tela, de esos de la playa; lo mismo éramos diez o doce. Pero la primera emisión en color de TVE merecía el evento. De los de mi familia, todos menos mi hermano. Los de abajo, otros cuatro. Y yo creo que había alguien más. Oberbuquin total para aquel saloncito de bloque de maestros.

Así que empezó la cosa, tarifo-trairo-riro tiro-tarirorio, tariroriro… Y en blanco y negro. Nervios. El dueño de la tele, el que más. Y empieza la emisión. Y en blanco y negro. Y don Feliciano se enfurece. ¡Con lo que le habían cobrado por el último arreglo! La apaga, la enciende, le da a la ruleta del los canales, la vuelve a apagar; cuatro canciones, por lo menos, dándole al pobre aparato hasta en el manual de instrucciones. Mi padre, que, como siempre, “si no tenemos tecnología, qué coño de color van a poner éstos”. Doña Sole, mucho más práctica, serena los ánimos: “pondrán el color cuando salga España”. Así que espera y tensión.

Y por fin “dirige la orquesta, Alberto Algueró…” Madre mía chaqué y dentadura en blanco y negro. Y todo lo demás. Y el traje de Copito-de-Nieve que nos lleva la muchacha. Y desde que te he conocido, ya no vivo llorando, ¡hey! pero en blanco y negro, ¡hey!. ¡La de hostias que se llevó aquel televisor aquella noche! Menos mal que el sinsabor del no-color lo endulzó que ganamos. Bueno, quedamos empate entre un montón, pero ganando todos.

Aquella tele no emitió nunca en color. Luego ya vino mi hermano, que estudiaba en una capital, a explicarnos que las emisiones en color sólo se ven coloridas cuando se tiene un aparato nuevo para eso. Acabáramos. Pobre Lavis, los guarrazos que se llevó aquella noche y resulta que es que no era modelna.

Creo que don Feliciano fue incluso a preguntar cuánto le costaba un monstruito colorido. Posiblemente, dos o tres sueldos de maestro de los de entonces. Imagino; porque en vez de comprarse una tele nueva, se compró un filtro de plástico colores, mucho más barato. Salía John Wayne por la derecha con la cara amarilla y los pantalones verdes y según avanzaba hacia el centro, se le ponía el ceño azul y las pistolas moradas. En color era, pero daba un mareo impresionante. Eso sí, a don Feliciano le informaron que era bueno, porque reducía las radiaciones.

No os lo vais a creer. En el último momento, TVE había tenido problemas de trasmisión de señal. Y emitió el festival en blanco y negro… 


1998: La obra de Ascaso. El loco nunca es consciente de su locura.


Aquel verano de 1998 estuvimos en Pirineos. En Aineto. Nekane y Paco acababan de volver de Kenia y buscaban casa por la zona. Alguien contó que en Ascaso había una ruina barata. Luis nos dijo que la conocía; que la ruina era insalvable, que el pueblo era inaccesible y que el entorno no era nada llamativo. Seguramente fue por llevarle la contraria que fuimos.

La ruina era mucha ruina, pero transparente, es decir, se veía qué era posible hacer. Sobresalían tres cosas: sus muros de piedra aún rectos, muchas de sus vigas, de roble o enebro. Y su cadiera, lo único más o menos en pie. Y me enamoré al instante. De la casa, del pueblo y del entorno. Era la oportunidad que estaba esperando el arquitecto frustrado que siempre llevé dentro. Ahora quedaba buscar con quíén compartir el proyecto y los gastos. Reyes y su compi de entonces entraron en el proyecto. Desde entonces, un ala de la casa se llama "las niñas" y el otro "los niños".
Fuimos, vinimos, viajamos. Al final la compramos. Firmamos el contrato en el hospital de Zaragoza, porque la madre del dueño estaba allí y no podíamos dejar escapar la Casa Juez. Para empezar a hacer planos, subimos con un amigo aparejador. Me dijo que aquello era imposible, que sólo valía tirar y empezar de nuevo. Yo, que alguna vez había hecho un curso de delineante, le dije que me consiguiera un Autocad y me enseñara a planear por ordenador. En un mes hice el proyecto de la reforma.
Incluía rehacer el 80% de los forjados, hacer una nueva distribución en el acceso a la falsa desde los extremos, dejando la escalera central como una linterna exenta. Crear nuevos muros de carga perpendiculares que dieran estabilidad a los existentes. Luis insistió en desmontar el tejado para rehacerlo bien y con cincho de carga: mereció la pena. Nos inventamos un hormigón de arlita que pesara poco y fuera más aislante; sabemos que ahora se usa mucho. 

Además, había que hacer nuevos vanos, reforzar algunas partes del muro muy deterioradas; pensar toda la canalización eléctrica, la acometida de aguas y, lo más complicado, el saneamiento. Decidí ser bueno y orientarlo todo hacia el oeste, pensando en que un día hubiera saneamiento en todo el pueblo. Madre mía qué obrón sacar las tuberías hacia la calle, que es roca pura.
Hecho el censo de vigas útiles, necesitamos más de 230 nuevas de madera y unas 30 de hormigón. Entraron todas a hombros desde la plaza. Y, en carretilla, 7 medios camiones de arena, 3 de grava, casi 10 palés de cemento y unos 500 sacos de arlita de 50 l. cada uno, ladrillos, tejas, bovedillas. Había que salvar al máximo la losa del tejado para volverla a recolocar al menos en la vertiente de la fachada. Todo el escombro iría a parar al patio trasero, cuyo muro levantaríamos hasta constituir la terraza actual del jardín.
El proyecto fue mío. Pero era imposible sin amigos. Más allá, creo que perdí algunos en la obra de Ascaso. Al equipo central (Luis, Nekane, Paco y Ana) se unió un ejército de voluntarios que curraron como bestias: Reyes, Marga, Richard, Dani, Rosa, Noelia, Lucky, Andrés, Alberto, Ximo, Miquel, Mónica, Diego, Marcial, Chus, Enrique, Úrsula, Antonio, la familia de Javi; tantos… Seguro que se me olvidan muchos. Creo que nunca seré capaz de agradecerles todo lo que hicieron (y lo que me soportaron).

Tuvimos suerte. Los vecinos de al lado junto al ayuntamiento, nos pusimos de acuerdo para contratar con SEBA la energía solar y acceder a una subvención. Y en 200o, el ayuntamiento canalizó el agua desde el manantial; hasta entonces, llegaba por una canaleta siempre atorada o rota por los jabalíes hasta el pilón de la plaza; hoy es un agua pura y cristalina que se bebe en cada grifo de la casa.
Eso sí, hoy tenemos, para todos ellos y para quien más quiera, ese espacio fantástico que es Casa Juez. A qué esperas para subir a disfrutarlo… Aquí tenéis el vídeo que hizo furor por aquella época.

martes, 23 de abril de 2013

1985: ASDECOC La pelea que más miedo me dió


La mili era una barbaridad. O mejor dicho, era el mejor mecanismo de alienación que nunca nadie había visto. La gente tragaba, y se sentía orgullosa de tragar. Y lo que es peor, aceptaba las humillaciones a cambio de poder humillar a los siguientes. Aquello era un desatino antidemocrático con el que no se podía contemporizar.

Aún estaban cerca las experiencias golpistas de ejércitos profesionales. Nuestros amigos chilenos te decían aquello de "ejército voluntario, ni se os ocurra". Claro, ellos que no iban porque estaban en el exilio... Yo no lo pasé bien aquellos 13 meses. Me sentí muy solo. Muy pequeñito contra el mundo. Pero algo había que hacer.
Así que montamos ASDECOC, la asociación de soldados para la defensa de la constitución en los cuarteles. Bufff, qué difícil. Qué difícil reunir gente. Qué difícil explicar las cosas, qué difícil luchar contra aquella hidra de las siete cabezas que era el ejército español. Pero ahí estaba el Miguelito dispuesto a salir en los papeles. Aún tengo muchos recortes de prensa. Me hace gracia éste de "El Alcázar", que fue capaz de investigar hasta dónde nos habíamos reunido las primeras veces, jeje.

Luego nunca nos legalizaron, tuvimos que recurrir al Defensor del Pueblo. Allí fuimos a ver a Joaquín Ruiz Jiménez, a que nos diera ánimos y razón, en una entrevista en la que, por supuesto, yo estaba absolutamente afónico.
Removí roma con santiago. Viajé a muchos lugares de España, apoyado por la gente de la UJCE de entonces, contando la asociación y sus motivos y denunciando la situación de los cuarteles en España. Colaboramos con los del CDS en montar una oficina de los derechos del soldado. Pero, poco a poco, lo que cuajó fue la idea de que no había que cambiar la situación de nuestros jóvenes en los cuarteles, sino evitar que llegaran a ellos.
Aún recuerdo en Córdoba, volver a casa vestido de romano, pasando por delante del escaparate del VéGé de la calle Barcelona, reflejando el miedo de mi cara, pero la satisfacción por aquella pelea que tenía; quijote contra los molinos... ¿De qué sirvió? De poca cosa. Tal vez sólo fue un pretexto para contarlo hoy aquí.

50 días para contar 50 años


El próximo día 11 de junio, se celebra San Bernabé, apóstol de segunda fila cuyo nombre significa "el esforzado, el que anima y entusiasma". Pero no sólo eso. El 11 de junio de 1184 a.C. según los cálculos de Eratóstenes, finalizó la Guerra de Troya. El 11 de junio de 1493 regresó Colón de su segundo viaje a América, en el que tocó continente. El 11 de junio de 1770 James Cook descubrió la gran barrera de coral en Australia. Tras su golpe de estado contra “La Pepa”, el 11 de junio de 1823, las Cortes españolas declararon a Fernando VII inhábil para reinar. Ya en el siglo XX, en 1962: tres presos lograron escapar de la prisión de la isla de Alcatraz. Fueron los únicos que lo consiguieron; para celebrarlo, el 11 de junio de 1963, nací yo.

Hoy es 23 de abril. San Jorge, y Villalar. Quedan 50 días. Así que me apetece pegarle cada día un repaso a alguno de estos 50 años. O al menos, a cosas importantes que sucedieron, y que yo empujé un poquito para que sucedieran. De las que me siento más o menos orgulloso y que no quisiera que se perdieran el el monumental olvido colectivo de este país. Algunos dicen que fui un chico raro. Posiblemente lo sigo siendo; no fue un estado que llegó solo, yo lo cultivé. El propio Néstor dice que yo nunca fui adolescente, que pasé de niño a adulto. Por eso, aunque ahora sea un poco tarde, a veces lo intento...

Iré añadiendo cada día alguna más, alguna foto, alguna canción. Vídeos pocos, que eso son cosas del s. XXI y yo no tuve tele hasta los 14 años, así que mi vida está poco filmada. Saldrán por años a salto de mata, según encuentre cosas o me venga la melancolía. Así será menos aburrido e iremos, entre quienes estéis ahí (si es que hay alguien) en un estado mayor de suspense...

No quiero ni dar la brasa ni contar batallitas del abuelo. Pero sí me gusta reivindicarme. Como soy y he sido. No pido que nadie esté pendiente de esto ni lo aplauda ni lo silbe. Si quieres seguirlo, guay. Si te apetece comentarlo, mejor. Y si tienes algún documento gráfico que añadir y/o enviarme, te lo agradeceré mucho.

Aunque sea un rollete melancólico, quiero pasarlo bien recordando. Si quieres disfrutar conmigo, entra. Para todos los demás, mastercard....