martes, 23 de abril de 2013

1985: ASDECOC La pelea que más miedo me dió


La mili era una barbaridad. O mejor dicho, era el mejor mecanismo de alienación que nunca nadie había visto. La gente tragaba, y se sentía orgullosa de tragar. Y lo que es peor, aceptaba las humillaciones a cambio de poder humillar a los siguientes. Aquello era un desatino antidemocrático con el que no se podía contemporizar.

Aún estaban cerca las experiencias golpistas de ejércitos profesionales. Nuestros amigos chilenos te decían aquello de "ejército voluntario, ni se os ocurra". Claro, ellos que no iban porque estaban en el exilio... Yo no lo pasé bien aquellos 13 meses. Me sentí muy solo. Muy pequeñito contra el mundo. Pero algo había que hacer.
Así que montamos ASDECOC, la asociación de soldados para la defensa de la constitución en los cuarteles. Bufff, qué difícil. Qué difícil reunir gente. Qué difícil explicar las cosas, qué difícil luchar contra aquella hidra de las siete cabezas que era el ejército español. Pero ahí estaba el Miguelito dispuesto a salir en los papeles. Aún tengo muchos recortes de prensa. Me hace gracia éste de "El Alcázar", que fue capaz de investigar hasta dónde nos habíamos reunido las primeras veces, jeje.

Luego nunca nos legalizaron, tuvimos que recurrir al Defensor del Pueblo. Allí fuimos a ver a Joaquín Ruiz Jiménez, a que nos diera ánimos y razón, en una entrevista en la que, por supuesto, yo estaba absolutamente afónico.
Removí roma con santiago. Viajé a muchos lugares de España, apoyado por la gente de la UJCE de entonces, contando la asociación y sus motivos y denunciando la situación de los cuarteles en España. Colaboramos con los del CDS en montar una oficina de los derechos del soldado. Pero, poco a poco, lo que cuajó fue la idea de que no había que cambiar la situación de nuestros jóvenes en los cuarteles, sino evitar que llegaran a ellos.
Aún recuerdo en Córdoba, volver a casa vestido de romano, pasando por delante del escaparate del VéGé de la calle Barcelona, reflejando el miedo de mi cara, pero la satisfacción por aquella pelea que tenía; quijote contra los molinos... ¿De qué sirvió? De poca cosa. Tal vez sólo fue un pretexto para contarlo hoy aquí.

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