martes, 30 de abril de 2013

1993: La escuela de Logrezana, nuestro albergue en Candás.

El año 92 fue un desastre para las finanzas de Tiempos Libres. Algunos padres llevaban tiempo pidiendo que contratáramos una granja escuela. Así que hicimos esa pijotada, uno de los campamentos de verano era una granja escuela, con contrato firmadísimo. Y, mira tú por dónde, ese año, esos mismos padres se llevaron a sus hijos a la expo y nos comimos con patatas la granja escuela y su contrato. En aquel momento empezó mi pasión por el control de las cuentas de mis asociaciones.

El caso es que, con un déficit impresionante que una asociación juvenil como la nuestra no se podía permitir, en el año 93 nos pusimos a buscar fórmulas baratas para campamentos. Ya habíamos tenido la experiencia de la cesión de una escuela junto al mar en Manilva. Así que buscamos algo parecido por el norte. Alguna amiga conocía al alcalde de Candás y un fin de semana, mi amigo Jesús me llevó desde Valladolid. El alcalde conocía bien Tiempos Libres, de dónde veníamos y –tal-vez- a dónde íbamos. Nos contó que el colegio que buscábamos era imposible porque lo ocupaba en verano la Junta del Principado. Pero que había otra solución.
Subimos por carrerteritas locales, entre horreos y chalets, hasta las escuelas del núcleo rural de Logrezana, un edificio de estilo indiano mandado construir por un emigrante que en 1832 volvió a su pueblo con ganas de impresionar. Precioso. En uno de los lados tenía la casa del maestro, deshabitada y rápidamente hice un plano mental de cómo redistribuirla. Arriba una buhardilla con un techo de madera fantástico. Y luego, las dos aulas, con un bloque de baños en el centro que incluía duchas. Y un patio grande.

Y así empezaron los años de Candás. Con mar, con mucho campo, con playa. A unas 4 horas de Madrid. Firmamos un convenio con el Ayuntamiento. Montamos el tradicional campo de trabajo el 1 de julio. Creo que Richard, Peque y pocos más, creo que Susana entre otros. Convertimos 3 habitaciones en comedor, dejamos una pequeña biblioteca y adecentamos la cocina con unos paelleros y todo el menaje lo que pudimos agenciar. Todo para que el 1 de agosto recibiéramos al primer grupo de peques. Menos mal que eran pocos: 16…

Compramos deprisa camas. Las más baratas, pero del cutre inglés, que era el único que nos fiaba. Mantas, de las de viaje, que no teníamos para más… Y los monitores, en el suelo de la buhardilla. Pero era un lugar estupendo como centro de vacaciones. El patio, los paseos hasta la playa, Perlora, el tren hasta Gijón, la noche junto al faro…
 Al año siguiente, la cosa mejoró, ya no había tanto déficit y pudimos comprar las famosas literas rojas (que se llevó Richard en una furgoneta desde el Conforama de San Fernando). El Ayuntamiento nos arregló la cocina; compramos más juegos; Lucky hizo una cocinita de juguete; las camas de los niños del año pasado subieron al cuarto de monitores. Dani y Alex tonteaban en el patio, Diego Flanes jugaba al diábolo con los más peques. Vero y Yuyu contaban sus pesadillas búlgaras. Hicimos dos o tres turnos de campamentos e hicimos pasar por allí la ruta transcantábrica de los mayores.

En cualquier caso seguíamos teniendo deudas, sobre todo con la empresa de autobuses. Precisamente uno de esos días, estaba yo sentado en las escaleras de entrada cuando apareció el dueño de los autobuses “hola, pasábamos por aquí y hemos venido a veros”. ¿Qué hacer en ese caso cuando debes toda la campaña de verano? Muy fácil, te entra un dolor inmenso de repente y te desmayas. Pero no de mentira, no, te desmayas de dolor, te quedas blanco, te doblas en dos sin saber de dónde viene tanta angustia... vamos, que el empresario jura y perjura que no viene a cobrar y los demás te cogen entre varios y te llevan a urgencias. El médico de desplazados no era muy avispado y me diagnosticó un corte de digestión y me dio unas pastillas que, inmediatamente, vomité. Mientras Dani me subía de nuevo a la escuela/albergue en su twingo yo pensé que me moría de verdad. Bueno, para tranquilizarme pensaba que siempre me habían dicho que morirse no duele; y aquello dolía mucho mucho. Vomitaba bilis y el pobre Dani, estaba más blanco y asustado que yo.

Me dejaron en la cama mientras que bajaban a por más médicos. El dueño de los autobuses había hecho mutis por el foro, pobre hombre, nunca llegó a cobrar toda la deuda. Imagino que, si no me preguntaba, era por miedo a otra crisis mía. Cuando subió el médico me hicieron análisis: cólico nefrítico. Un chute de Buscapina y a dormir.
Cuando desperté recuerdo que llamé a todos los mayores del campamento, que debían haber estado también bastante acojonados "se nos muere el jefe". Y les pegué una charla para que nunca olvidaran del valor de la sanidad pública española. Y poco a poco fui recuperándome mientras meaba mi arenilla. Menos mal que no fue piedra. 

Molaba Candás y la escuela de Logrezana. Hicimos allí muchos cursos, encuentros y campamentos. Como todo, la renovación en la dirección de Tiempos Libres también significó su abandono. A ello se sumaron nuevos problemas económicos derivados de nuestro afán de contratar a gente en condiciones. Pero al margen de eso, creo que la escuela de Logrezana fue un recurso educativo y de tiempo libre fundamental en la vida de muchos chavales y chavalas. Y creo que, hoy, muchos años más tarde, alguno leerá esto con melancolía y agradecimiento.

1 comentario:

  1. Mil gracias Miguelito!! Qué montonazo de buenos recuerdos han venido de golpe :-) y qué ganas me han entrado de subir a ver la escuela... Sé que Susi pasó por allí no hace mucho :-)
    Besos y un olé por aquellos buenos tiempos (libres, claro, jeje)

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