miércoles, 24 de abril de 2013

1998: La obra de Ascaso. El loco nunca es consciente de su locura.


Aquel verano de 1998 estuvimos en Pirineos. En Aineto. Nekane y Paco acababan de volver de Kenia y buscaban casa por la zona. Alguien contó que en Ascaso había una ruina barata. Luis nos dijo que la conocía; que la ruina era insalvable, que el pueblo era inaccesible y que el entorno no era nada llamativo. Seguramente fue por llevarle la contraria que fuimos.

La ruina era mucha ruina, pero transparente, es decir, se veía qué era posible hacer. Sobresalían tres cosas: sus muros de piedra aún rectos, muchas de sus vigas, de roble o enebro. Y su cadiera, lo único más o menos en pie. Y me enamoré al instante. De la casa, del pueblo y del entorno. Era la oportunidad que estaba esperando el arquitecto frustrado que siempre llevé dentro. Ahora quedaba buscar con quíén compartir el proyecto y los gastos. Reyes y su compi de entonces entraron en el proyecto. Desde entonces, un ala de la casa se llama "las niñas" y el otro "los niños".
Fuimos, vinimos, viajamos. Al final la compramos. Firmamos el contrato en el hospital de Zaragoza, porque la madre del dueño estaba allí y no podíamos dejar escapar la Casa Juez. Para empezar a hacer planos, subimos con un amigo aparejador. Me dijo que aquello era imposible, que sólo valía tirar y empezar de nuevo. Yo, que alguna vez había hecho un curso de delineante, le dije que me consiguiera un Autocad y me enseñara a planear por ordenador. En un mes hice el proyecto de la reforma.
Incluía rehacer el 80% de los forjados, hacer una nueva distribución en el acceso a la falsa desde los extremos, dejando la escalera central como una linterna exenta. Crear nuevos muros de carga perpendiculares que dieran estabilidad a los existentes. Luis insistió en desmontar el tejado para rehacerlo bien y con cincho de carga: mereció la pena. Nos inventamos un hormigón de arlita que pesara poco y fuera más aislante; sabemos que ahora se usa mucho. 

Además, había que hacer nuevos vanos, reforzar algunas partes del muro muy deterioradas; pensar toda la canalización eléctrica, la acometida de aguas y, lo más complicado, el saneamiento. Decidí ser bueno y orientarlo todo hacia el oeste, pensando en que un día hubiera saneamiento en todo el pueblo. Madre mía qué obrón sacar las tuberías hacia la calle, que es roca pura.
Hecho el censo de vigas útiles, necesitamos más de 230 nuevas de madera y unas 30 de hormigón. Entraron todas a hombros desde la plaza. Y, en carretilla, 7 medios camiones de arena, 3 de grava, casi 10 palés de cemento y unos 500 sacos de arlita de 50 l. cada uno, ladrillos, tejas, bovedillas. Había que salvar al máximo la losa del tejado para volverla a recolocar al menos en la vertiente de la fachada. Todo el escombro iría a parar al patio trasero, cuyo muro levantaríamos hasta constituir la terraza actual del jardín.
El proyecto fue mío. Pero era imposible sin amigos. Más allá, creo que perdí algunos en la obra de Ascaso. Al equipo central (Luis, Nekane, Paco y Ana) se unió un ejército de voluntarios que curraron como bestias: Reyes, Marga, Richard, Dani, Rosa, Noelia, Lucky, Andrés, Alberto, Ximo, Miquel, Mónica, Diego, Marcial, Chus, Enrique, Úrsula, Antonio, la familia de Javi; tantos… Seguro que se me olvidan muchos. Creo que nunca seré capaz de agradecerles todo lo que hicieron (y lo que me soportaron).

Tuvimos suerte. Los vecinos de al lado junto al ayuntamiento, nos pusimos de acuerdo para contratar con SEBA la energía solar y acceder a una subvención. Y en 200o, el ayuntamiento canalizó el agua desde el manantial; hasta entonces, llegaba por una canaleta siempre atorada o rota por los jabalíes hasta el pilón de la plaza; hoy es un agua pura y cristalina que se bebe en cada grifo de la casa.
Eso sí, hoy tenemos, para todos ellos y para quien más quiera, ese espacio fantástico que es Casa Juez. A qué esperas para subir a disfrutarlo… Aquí tenéis el vídeo que hizo furor por aquella época.

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