miércoles, 1 de mayo de 2013

2000: La muerte sale al camino...

Hay tantas cosas que recordar del año 2000… El efecto informático, el que si el siglo cambia ahora o cambia a finales… El año 2000 fue, además, el año en que en Casa Juez recibimos nuestros primeros huéspedes. Era verano. Todo más o menos terminado en “Montañesa”, el apartamento intermedio, y fuimos a comprar los muebles.

En el cutre inglés habíamos visto una oferta fantástica, mona y rústica, y fuimos a ver si quedaban. Quedaba muy poco; tanto que, para algunos muebles, tuvimos que firmar un papelito que decía que si llegaban mal nos devolvían el dinero pero no nos los podían cambiar. Y, por fin subieron. Tres días antes de la inauguración.

Cuando Javi, que era el que los esperaba en Ascaso, empezó a abrirlos ¡terror!!!, el espejo roto, las mesillas rayadas y el cabecero de otro color. Nada que a nuestros primeros clientes les importara, quedaba moderna la combinación de barnices. El espejo no se lo pusimos, claro.
Y yo en Madrid que me fui a pegarles unos gritos a los de los grandes almacenes. Y hay que reconocerles que supieron reaccionar. No había muebles para descambiárnoslos, pero debí montar tal pollo que Martínez, el jefe de planta, llamó a la fábrica y me prometió que nos harían unos nuevos para nosotros. Y así fue: Para que veáis que cabecero chulo y a medida que tiene el apartamento del medio.

Pero aparte de estas aventuras comerciales, quiero contar aquí el terrible acecho que sufrieron nuestros primeros clientes ascasianos cuando, en la mitad del camino, constataron que les seguía la muerte.

Sí, la muerte, la de las pelis. Según paseaban por el pueblo, diez metros detrás de ellos, una señora pequeña y enjuta, toda vestida de negro, con la guadaña apoyada en el hombro, seguía a nuestros asustados huéspedes. Ni a más distancia ni a menos. Fijándose atentamente en cuanto hacían. A veces desaparecía pero, en cuanto volvían sobre sus pasos, allí detrás la tenían.
De verdad, los pobres estaban asustaditos. Demasiadas películas de miedo. Y hubo de deconstruirles la historia a lo Ferrán Adriá. Nuestra vecina, una señora muy mayor, tenía conejos. E iba ella habitualmente con su guadaña a segar hierba para los bichos. ¿Qué otra máquina iba a usar para trotar por esos bancales de un pueblo sin luz? Mi vecina era viuda reciente, por eso el color de su ropa. Mi vecina, era una persona celosa de sus propiedades, muchas pequeñas fajetas repartidas por los cuatro rincones de Ascaso. Y mi vecina tenía carácter: "eres más tonta que un cerrojo" gritó alguna vez por ese mismo camino.

Así que si veía que algún turista despistado iba a meterse en su terreno, ella iba a avisarlo. Si no entraban, desaparecía. Hasta que volvían a rondar otra tierra suya. Y allí iba ella. Con la herramienta, claro está ¿dónde la iba a dejar si no?

Toda una postal. Señora en negro con guadaña. Es que en Ascaso somos así, amantes del cine…

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