Por
aquellas épocas la mili era la gran obsesión de chavales y jóvenes. Para
muchos, una aventura, un acceso al mundo adulto, un acto social. Para otros (para
mí y mis colegas), un hachazo diabólico en plena juventud. Además en mi caso,
la experiencia de la mili de mi hermano, a principio de los 70, había sido una
especie de trauma familiar.
Llegado
el turno a nuestra generación, el primero en marcharse fue Abel, que tenía un
año más y encima se fue voluntario porque alguien le había dicho que lo podían
enchufar. Se fue a Cáceres con el año, en un invierno frío como todos los de
nuestra Sierra. El campamento debía de durar dos o tres meses y sus padres -guardeses de una urbanización- no podían ir a verlo. Así que algunos del
instituto decidimos ir. Pero de los dichos a los hechos hay muchos trechos y al
final, sólo estábamos dispuestos a endeudarnos-escaparnos-buscarnos-la-vida Úrsula
y yo.
Teníamos
17 años. Y ni un duro. Mi madre, incluso, se puso flamenca: “si tienes dinero
vete, pero yo no te doy para que pierdas un fin de semana, que seguro que tienes que
estudiar”. Por aquella época, yo había asistido a un acto de lanzamiento de
deuda pública de la Diputación de Madrid. Me pareció una idea estupenda...
Así que
lanzamos los BUM (Bonos de Úrsula y Miguel). Diseñados con buena letra, máquina de escribir y letraset y hechos a fotocopia en La Rocha. Si alguien en el Insti había
pensado que yo ya había quemado todos mis cartuchos de imaginación, se
equivocaba. Mi lanzamiento al mundo de las finanzas fue impresionante. Hubo que
dar una y mil explicaciones, porque eran complicados. Pero, al final, sacamos
una segunda edición, los VUM, ya que Verónica, con ese sistema de financiación,
se apuntó también.
Era muy
fácil. Si nos daban 100 pesetas, las devolvíamos con un interés del 15%. Y si
nos prestaban 200, el interés subía al 20%. Una auténtica ganga. Devolveríamos
la mitad del dinero a los dos meses (en abril) y la otra mitad en junio (cuando
cumplíamos años). Y esas mitades se realizarían por sorteo. También había que
explicarles a las gentes que el 15 y el 20% eran anuales (como en cualquier
banco), por lo que si devolvíamos la cantidad en dos meses, sería la sexta
parte del porcentaje y si era en cuatro meses, la tercera. ¿Te lo tengo que explicar también a ti, lector?
No creo
que nadie lo entendiera mucho. Pero funcionó. En dos semanas reunimos capital
suficiente para coger el tren correo un viernes, comprar algo de comida,
pillarnos una fonda para los tres y volver el domingo por la noche. Ni que
decir tiene que los gastos no presupuestados fueron “obviados” y que no por
desayunar por la cara no lo hacíamos opíparamente.
El tren
correo alcanzaba velocidades rayanas a los 30 km/h . Así que íbamos
sentados en el estribo de la puerta y llegamos a robar el cartel metálico del
destino en marcha. No sé dónde quedaría aquel “Madrid-Talavera-Cáceres” que fue
durante años el trofeo de la expedición.
Conocimos
Cáceres, ciudad bellísima. Tonteamos mucho. Nos divertimos. Estuvimos mucho
tiempo con Abel. Y el último día regresamos en el Lusitania Expreso. A 50km/h
de media y sin calefacción. Pero teníamos 17 años y un futuro esperanzador en Lehman
Brothers.
Eso sí,
devolvimos todo el dinero con su interés. O al menos, todo el que nos solicitaron
quienes acreditaban estar en posesión de su BUM.
No hay comentarios:
Publicar un comentario