La verdad que 1986 había sido un año trepidante. Y muy
metafórico de aquella parte de mi vida: hacer miles de cosas y no rematar casi
ninguna. Posiblemente esa es la clave de mi fracaso político: en este país
triunfan los que no hacen casi nada pero rematan todo...
Volví de la mili y me reincorporé a mi trabajo de celador en
el Piramidón (Ramón y Cajal). Y, en cuanto salía del trabajo, en bici por la
Castellana, me iba a lo que me tocara de aquella alocada campaña del referéndum
de la OTAN. Una vez que acabó (y perdimos) también se me acabó el contrato en
el hospital. Josep Palau y Juan Guilló, a quien conocía de hacía años en las
Juventudes, habían formado en el 85 (el año internacional de la juventud, que
tantas subvenciones facilitó) un centro de estudios y documentación sobre
juventud: "Jóvenes en Libertad".
Yo había colaborado con ellos en la edición de un librote
que se titulaba “Informe sobre el Asociacionismo Juvenil en España”. Tenían registrada, además, la primera escuela de animación no oficial que había en la
Comunidad de Madrid. Y un día les ofrecieron coordinar todos los cursos de
formación de monitores y coordinadores de tiempo libre en Asturias. Juan me ofreció la
dirección de aquello que -pomposamente- llamamos IFAJ (Instituto de Formación y
Animación Juvenil). Lo de “Instituto” ya os podéis imaginar: un cuarto
pequeñito pequeñito donde cabíamos mi mesa, los trastos que íbamos usando en
los cursos y yo. Todo eso en aquel piso de la calle Peligros, en
el que además estaban, Juan, Ángeles y María Fernanda.
Mi trabajo consistía en preparar la documentación de los
cursos (hicimos unos dossieres interesantes a base de corta y pega en aquella
época en que aún no había ni windows ni tan siquiera ordenadores); en buscar
profes para las diferentes materias; incluido yo mismo en cosas tan diversas
como infraestructuras de campamentos, antropología cultural o evaluación; y en coordinar los cursos. En Luarca (Asturias), a lo largo de 1987, debimos hacer tres o cuatro de
monitores y uno de coordinadores, que fue el que más me costó: uno por lo
resabiados que estaban los alumnos y otro porque me tocó darlo completamente
afónico.
La relación entre Jóvenes en Libertad y la UJCE era extraña. Los de JeL eran la anterior dirección y miraban a los nuevos con recelo. Y yo, en medio, intentando que aquello siguiera teniendo su sentido de espacio formativo y su relación fluida.
Hicimos un curso para gente de la JCM que vino muy bien y de cuyas
conversaciones finales fueron surgiendo los mimbres –personales e ideológicos-
que luego compondrían el cesto de Tiempos Libres.
Una de las cosas que yo pude aportar a “Jóvenes en Libertad”
fueron mis entonces escasas relaciones. Pero había una fuerte: Santa Cruz del
Valle. Por aquel entonces era alcalde (duró tres o cuatro legislaturas) Benito
Cañadas, buen amigo de mi familia. Con algún dinero de alguna subvención, el ayuntamiento
había rehabilitado la vieja casa forestal, en medio de un magnífico pinar en la
Sierra de Gredos; y no tenía ni uso ni proyecto. Yo hice un proyecto que
presenté a unos cursos de Educación Ambiental que estaba haciendo en la UNED. Y
llegamos a un convenio de cesión. El adjudicatario era “Jóvenes en Libertad”
pero había un compromiso de compartirlo con la UJCE. Así que el Albergue “La
Cierva”, como lo bautizamos, pasó a ser la representación gráfica de mi corazón
partío.
Fue mi primer albergue, mucho antes que Candás. Lo
amueblamos con mesas, menaje y literas viejas que nos dio la Comunidad de
Madrid, que estaba reformando el Albergue de la Casa de Campo. Tenía luz por
energía solar, muy limitada en aquella época, por lo que la vida por la noche,
aparte de con aquellas bombillas escuálidas, se hacía con linternas y
camping-luces. Y agua de un pozo, que debíamos potabilizar cada mañana.
En "La Cierva" hicimos un curso intensivo fantástico al que se
apuntaron 4 o 5 personas de toda la Península y 17 de Lanzarote, lo que significó el inicio de mi romance con la isla de los volcanes. Y un montón de
reuniones de las Juventudes. Casi se puede decir que se convirtió en mi
residencia de fin de semana durante todo 1987. Cuando en el 88 entré en la
ejecutiva de la UJCE, tuve que dejar parte de mi trabajo de formación en el
IFAJ (aunque seguí coordinando algún curso más).
Mi distanciamiento de la UJCE y el acercamiento de Benito a
los sectores más zorrocotrocos del PCE, nos fueron distanciando. La Cierva pasó a otras manos. Y yo me fui
distanciando de Santa Cruz y de Gredos. Fue por entonces cuando reapareció en
mi vida Luis y, con él, otra cordillera, más alejada pero más alta: los
Pirineos. Pero eso ya son otros montes y otras historias.
Yo estuve gestionando ese alergue por un corto periodo de tiempo en 2002/2003.
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