A veces
la vida cambia el curso de otras vidas o el relato de otras vivencias. Hoy toca
cambiar. Hoy ha fallecido Juan Oltra. Uno de los tíos más cabezotas, irónicos y
honestos que he conocido en estos 50 años. Y de paso, padre de mi amiga Mónica,
para disgusto del señor Co(rrup)tino (no que yo sea amigo, sino de que Mónica
tuviera padre y, encima, un buen padre).
Era
enero del 88 cuando Mónica Oltra y yo nos conocimos. Fue, como cualquiera puede
imaginar, discutiendo. Pero a lo bestia. Yo afónico, ella enfadada. Y, como
siempre, a pesar de discutir, defendiendo exactamente lo mismo.
Desde
entonces hemos discutido mucho, como dos buenos amigos. No sólo de política. De
natillas y arroces, de carreteras y pistas. O de por dónde tiene que subir una
escalera.
Y así
fue como yo conocí a Juan Oltra. Decidiendo que la escalera que le había
diseñado el arquitecto no servía para subir la paella con coherencia hasta el
comedor. Pero, sin problema, ya se encargaba él de enmendarle la plana al
arquitecto. O al ingeniero de la Ford. O al diseñador de los quitamiedos. Hay
muchas cosas en este país que cuentan con el re-diseño de Juan.
No tuvo
que emigrar por trabajo, que tenía. Emigró por amor. Con Angelita, para no ser
condenados en la España franquista por adulterio. Este dato no lo sabía Co(rrup)tino
cuando dentro de la más absoluta ilegalidad, expuso públicamente confidencias que sólo conocía en razón de su cargo. Esa misma noche hablamos por teléfono Mónica
y yo y me acuerdo que le insistí en que se cogiera a Juan y a Angelita y se
fuera a los periódicos a darlos a conocer.
Gracias
a aquella torpeza, Juan pudo soltar por fin en una entrevista sus ideas sobre
la transición, sobre Carrillo, sobre la izquierda y sobre la vida. Y no falló. Co(rrup)tino
tuvo que pedir disculpas. Si algo era Juan, era un hombre de familia. La casa
de Godelleta era siempre un hervidero de primos y amigos. Unas semanas más tarde, en un acto de apoyo organizado por Compromís (Tots som Mónica Oltra) yo intervine para hablar de las raíces aragonesas de Angelita. "Soy yo mucho menos burro que ella, lo que pasa es que no sé dar el brazo a torcer" me dijo Juan al acabar.
Irónico
hasta la médula, se sentía bien con quien le seguía la corriente. Creo que los
dos, él y yo, hacíamos migas en no dejar títere con cabeza. Sólo se enfadó
conmigo una vez que intenté sacarlo a bailar. Pero era la boda de su hija y,
como los dos estábamos piripis, luego nos reíamos.
Tenía
un genio del copón. De tal palo, tal astilla. Y una vitalidad que le hacía no
parar. La misma que lo ha llevado hoy por la mañana a arreglar la fatídica puerta
delantera de la casa. Se nos ha ido un hombre honrado. Que ha dado a este país tres
cosas de las que se necesitan: esfuerzo, tesón y coherencia.
La
última vez que estuve con él fue, precisamente, en su pasado cumpleaños, en
Godelleta. Comentando las cosas que hemos vivido en este tiempo. Sólo le ha
quedado ver una que llegará pronto: a su hija como primera presidenta de la
Generalitat Valenciana. Donde quiera que esté, ya se inventará algo para dar la
lata.
Gracias
Juan.
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