La verdad que la subida por la parte francesa, con mucha
nieve a pesar de ser agosto, parecía una romería. Además, mucha gente y
bastante inconscientes. Alguna niña dejó caer rodando piedras que podían haber
causado un accidente grave. Cuando llegamos arriba no había un paisaje
fantástico: había dos. Al norte, la ladera nevada de Serradets, llena de gente
y nublada. Al sur, los llanos de Narciso y, más abajo, Mondarruego; vacíos,
bellísimos y solitarios. Tentaba bajar por el sur. Néstor recordó que Noelia
estaba en Ordesa y nos podría ir a recoger para llevarnos hasta San Nicolás a recoger el coche. Y, precisamente hacía dos noches, una prima suya, empleada
del parque nacional, nos había dicho “tú con tu vértigo, por Cotatuero nada,
Miguel. Tú por la Faja de las Flores, que es amplia y no da miedo.”
Así que nos lanzamos a recorrer las zonas más altas de Ordesa
con equipaje de un solo día y, por primera vez en mi vida, sin la compañía de
alguien que ya hubiera recorrido esos parajes. Parajes impresionantes. Valles
calcáreos llenos de agua, flores, hierba, sarrios y marmotas que nos miraban
con cara de “dónde irán este par de gilipollas”. Y llegamos bien hasta la
cabecera de la Faja, justo en lo alto de la garganta de Cotatuero, esa famosa
porque se escala apoyándose en barras clavadas en la roca.
¿Por qué se llama Faja de las Flores? Está a más de 2000
metros, en zonas a las que muy poca gente llega y, justo en su final (o sea, el
principio de nuestra andadura por la faja, descendíamos desde lo más alto) hay
praderas llenas de flores de edelweiss.
La faja es un sendero estrechísimo al borde de un cortado de
800 metros sobre la pradera de Ordesa. Por si quieres agarrarte a algo, tienes
unas hierbecillas a mano derecha. Y cada vez se hacía más estrecha y cada vez
yo dividía mis pensamientos en sólo dos. “Nos vamos a matar, me estoy poniendo
histérico” y “No me puedo poner histérico, que me mato”. Justo cuando pasamos
un pequeño derrumbe, a gatas sobre piedras que se movían y vi entre mis piernas
los tejados de la casa de la guardería -a casi un kilómetro justo debajo de mi
culo-; paré, respiré, me puse histérico, volví a respirar, decidí no ponerme
histérico, respiré hondo, me puse a llorar y cuando paré de llorar le dije a
Néstor que no podía seguir.
¿Y ahora qué hacemos? O volver sobre nuestros pasos,
intentando coronar la Brecha antes de que sea de noche, o coger senderos que no
conocíamos para intentar llegar al refugio de Góriz, seguramente lleno esa
noche. Una cosa estaba clara, no llegaríamos a ningún lado a ver la
inauguración de las Olimpiadas de Pekín.
Volvimos hacia el norte, hacia la Brecha, por el camino que
ya conocíamos. Y poco a poco caía la tarde. Era imposible pasarla antes de que
se hiciera de noche. Pensamos en hacer un refugio para pasar la noche juntitos.
El 112, por mucho que digan, a esas alturas no funciona. En los riscos de
Mondarruego, allí al fondo, se veía una única tienda de campaña verde.
Decidimos llegarnos hasta allí, informarles de lo que nos había pasado y
hacernos el refugio cerca, sabiendo que, en la montaña, si te pasa algo, esa
gente nos socorrería.
Nos acercamos hasta la tienda. Salió una chica y yo le
pregunté “Hola, ¿hablas español?” y justo detrás de ella apareció otra chica que
respondió “Hey Cordero ¿cómo no voy a hablar español? ¿qué haces tú por aquí”.
Una única tienda en las cumbres de Ordesa y quien la habita es mi compañera
Conchi, su amiga y su perra. Conchi, la del patronato de deportes de Coslada, la
de CC.OO., con la que tantas risas he pasado en algunas asambleas.
Nos cuidaron, nos dieron de cenar, nos buscaron agua, descubrimos
juntos una caseta donde resguardarnos. E, incluso, tenían unas mantitas de esas
de celofán brillante con las que se envuelve a los muertos. Nos las prestaron;
no sabemos si para que no pasáramos frío y por si pasábamos demasiado…
Fue una noche dura, pero sobrevivimos. Al amanecer, logramos
coronar de nuevo la Brecha, desayunar y bajar, doloridos (en los músculos y en
el orgullo) hasta Bujaruelo. Irresponsabilidades que, cuando las superas, también
sirven para quererte más ¿o no Néstor?
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