En
aquella oficina de la calle Clavel de Madrid, cabíamos varias organizaciones de
muchos tipos. Junto a la COACUM y a Tiempos Libres, llegó Paz Ahora, un grupo
de troskos que habían hecho cosas en Palestina y que estaban especialmente
sensibilizados con el conflicto de la antigua Yugoslavia, que duraba ya mucho.
Y tras sus fases eslovena, serbia y croata, en aquellos momentos se cebaba
sobre la pequeña población multiétnica de Bosnia-Herzegovina. En las
televisiones todos podíamos ver la saña de los serbios contra Sarajevo, pero
muchas veces se olvidaba la limpieza étnica de los croatas en la zona de Mostar
donde, precisamente, habían llegado los primeros cascos azules españoles.
Había
numerosas iniciativas de recoger y llevar ayuda humanitaria a las poblaciones
civiles asediadas. Y Paz Ahora tenía, además, voluntad de enviar lo que se
llamaba “escudos humanos” para interponerse en las zonas de conflicto y obligar
a intervenir a los países occidentales, incapaces de parar aquella masacre. Y
entre los voluntarios, mi amigo Andrés Pulido y yo. Hala, cógete el camión y
vete para la guerra. A interponerte.
De la
pomposidad del objetivo, hubo que bajar enseguida a lo pedestre de una
excursión de voluntariosos que tuvo más detalles de guerra de Gila que de gran
misión de ayuda. Pero íbamos con ese objetivo. Y es lo que buenamente
intentamos.
Como
los voluntarios no cabían en los camiones (dos trailers con conductor y un furgón
medio que conducía Andrés), hubo que alquilar furgonetas. Y allá que me fui yo
a un empresita de Torrejón a la que contamos que íbamos a salir al extranjero “a
Francia o por ahí”. En Barcelona se sumaron algunos miembros de las CC.OO. catalanas
y con ellos atravesamos el Midi francés y la Padania italiana hasta Ancona.
El
jaleo que montamos para meter los camiones en los barcos, ya fue presagio de lo
que venía. Los trailers no cabían y hubo que deshincharles las ruedas. La carga
del furgón hubo que reorganizarla completamente porque lo llevábamos súper
escorado. Tras una noche de barco en que nos fuimos conociendo llegamos a Split.
La ciudad Croata que fue palacio de Diocleciano aparentaba ya una cierta
normalidad: La guerra entre Croatas y Serbios parecía acallarse. Fuimos a
cambiar dinero, pero había tanta inflación que nos esperamos a las 11, a que volviera a bajar el
precio. Mientras, se sucedían las asambleas del grupo, ya manifiestamente
partido en tres: los seguidores del
jefe, los seguidores de su ex mujer.... y la inmensa mayoría, calladitos y alucinados. Tal era la tensión que Andrés y yo nos fuimos en una furgoneta a
recorrer algunos pequeños pueblos de la costa. Una excursión que te cagas; o,
por lo menos, hay un vídeo del Pulido defecando durante más de 5 minutos frente al
Adriático…
Otros,
intentaron buscar un camino a Mostar y lo consiguieron. Así que en la Asamblea
de la noche, el punto del orden del día era volver todos, al día siguiente, a la capital de Herzegovina,
que se podía. Allí hubo de todo menos piropos. Que si éramos unos turistas de
guerra, que si no sabíamos lo que hacíamos, que si el mundo sin gente como
nosotros ya se habría hundido. Al final la votación era “o intentar llegar” o “darnos
la vuelta”. Podríamos ser lo que fuéramos, pero una vez allí, lo normal era
intentar llegar.
Salimos
de madrugada. Pasamos la frontera entre Croacia y la Bosnia ocupada por los
croatas, que eran los mismos, pero nos volvieron locos con el papeleo. Lo que
se veía era desolador, miles de casas quemadas y derruidas junto a otras
indemnes coronadas por la bandera croata o con la pintada del HVO. Sólo se
destruía lo musulmán. Su vecino de al lado se quedaba plácidamente cuidando de
su jardín. O cosas peores.
Luego
teníamos que atravesar la zona ocupada por los serbios. Íbamos avanzando y allí
no había serbios. Así que seguíamos, los dos camiones grandes y las tres
furgonetas. Por fin divisamos un control militar. Pero eran bosnios, no serbios.
¿Entonces? Gran algarada. Resulta que los serbios se habían retirado y nosotros
les llevábamos la noticia. Pero daba igual. Aquello era un control militar de
una zona defendida por la ONU y había que esperar a los cascos azules. Por fin
llega el bmr del ejército español con
unos soldaditos alucinados porque se han ido los serbios. Pero no podemos pasar
porque se necesita una autorización de Sarajevo. Y en eso sale uno de Orihuela
y le dice al soldado de la radio “Oye, ¿sabes
si está por aquí el sargento Pedernales?” “Está abajo en el cuartel ¿por?” “Dile que se ponga. Oye Pedernales, qué gusto oírte; soy Paco, el de
Orihuela. Estoy aquí, encima de Mostar con un convoy, que se han retirado los
serbios. Ah, ¿que subes? Oye, pues ahora nos vemos.”
Puedo
jurar que fue así. En media hora llegaron más bmr. Pero esta vez bajo el mando de Pedernales. Se pusieron entre
cada vehículo del convoy y así entramos en Mostar. Gila no lo hubiera descrito
tan bien.
La
situación en el interior era tremenda. Nadie comía (y nosotros tampoco, claro).
Al otro lado del río, la zona croata. En medio, el puente de Suleiman,
completamente derribado y sustituido por una pasarela a lo Indiana Jones. Fachadas
ametralladas, gente con bidones a la búsqueda de agua, cada metro cuadrado de antiguo
parque lleno de enterramientos. Una ciudad sitiada en la que parecía
que el ejército español había hecho un buen trabajo (Hay que recordar aquí la
vergüenza de los cascos azules holandeses en Svrenica).
Hablamos
con la gente, paseamos, conocimos aquello y se nos mostró todo con el afecto
que siempre tiene el asediado para con el que le trae aire fresco de fuera y
que yo volví a sentir años más tarde en los campamentos saharauis. Y entregamos
toda nuestra ayuda de alimentos y de ropa en el almacén de la ayuda
internacional.
Al caer
la tarde tomamos de nuevo rumbo a Split por la vereda del Neretva. Y sin parar
seguimos subiendo por la costa todo lo que pudimos; pueblos y casas abandonados.
Hasta que Andrés y yo, que íbamos en el camión de delante llegamos a la bahía
de Maslenica. El puente lo habían volado por los serbios. Tuvimos que pasar por
un pontón militar de barcazas que acojonaba a cualquiera. Creíamos imposible
que los trailers pudieran pasar aquello, menos mal que venían vacíos. Al primer
pueblo con luz que nos encontramos, paramos. Dormimos todos en un antiguo hotel
costero ocupado por policía croata. En la puerta había un cartel de que admitían
visa. Pero la sede de visa estaba en Belgrado y casi acabamos todos en la parte
policial del hotel por no poder pagar. Menos mal que juntando sueltos y
billetes de recuerdo, pudimos afrontar aquello.
Si
alguien me pregunta mi opinión sobre aquella guerra diré tres simplezas. La
primera, que la mayor parte de la culpa fue de la prepotente Alemania, lo puedo
explicar en otro sitio con más detalle. La segunda, que los cascos azules
españoles lo hicieron bien, dentro de lo que cabe; y que mejor cascos azules
que nada. Y la tercera, que yo allí no pintaba nada.
Pero
aprendimos mucho. De historia Europea, de Balcanes. Y de montar vídeos con VHS.
Que hoy he remasterizado y digitalizado para vosotros-as…
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