Corría la primera legislatura de ayuntamientos democráticos cuando Víctor Claudín (hijo) que andaba metidos en líos de educación popular cercanos al PSOE, apareció por Collado Villalba con la idea. Eran los años del primer acuerdo municipal de izquierdas y el concejal villalbino de cultura era un fantástico profesor de matemáticas del Jaime Ferrán: Luis Benito, entonces del PCE. Y cuajó la idea.
Algunos cursos eran un auténtico tostón. Otros no tanto. Recuerdo con especial cariño uno en Santander en la Menéndez Pelayo y otro en el castillo de las Navas del Marqués. En cambio, uno que hicieron en mi antiguo colegio -“Carrero”- fue un auténtico desatino como metodología y contenidos. Me acuerdo porque me enzarcé en una discusión petulante con algún jerifalte de las UU.PP. y acabaron apoyándome Fernando Doménech y Pepito Brías, gente a la que yo apreciaba mucho (y sigo haciéndolo aún) en aquellos tiempos.
Pero no eran (y creo que siguen sin serlo) muy proclives los sociatas a movimientos autónomos y a estrategias de participación y empoderamiento. Así que dieron una especia de golpe de estado en un momento en que ya el PCE local se descomponía y reconvirtieron la organización educativa y cultural en unas meras aulas culturales. Lo del centro de promoción de los movimientos juveniles se acabó, pero como yo me había movido bastante, había gente que me apoyaba, y tenía un titulito de estudios de francés escrito en el mismísimo idioma galo, decidieron que yo diera clases de franchute.
La verdad, que aprendí muchísimo de aquello; en especial, de francés, pues me costaba sudores prepararme cada clase. Tenía un grupo de principiantes y otro de avanzados que, lo mismo, sabían más que yo. Pero el espíritu de las UU.PP. era ese. No se trataba tanto de transmitir conocimientos como de capacitar a la gente para adquirirlos. Yo me iba a la embajada, al Instituto Francés, a la SGEL, hice todos los cursos habidos y por haber y creo que, en colaboración con las que un par de años antes habían sido mis profes en el instituto, logré dar un nivel pedagógico a aquello.
Me quedan para el recuerdo las sesiones en la vieja casa de Abel el taxista (la parte de arriba de la tenencia de alcaldía), mis visitas a las exposiciones del Museo de Arte Contemporáneo con mis maris de por la tarde, mis crêpes en plena clase para enseñar gastronomía francesa, el teatro de Xandra Toral y la marsellesa a pleno pulmón un día de la Constitución. Yo decoraba la clase, yo arreglaba la calefacción, yo montaba proyecciones sobre ciudades francesas o debates sobre el mayo del 68.
Pero aquello era demasiado liberal para un partido a caballo entre sus deudas transitivas y su estalinismo interiorizado (“¿liberal o radical?” le preguntaba un diplomático yankee al padre del desaparecido de la peli de Costa-Gavras). Así que según, el PSOE se hizo con el poder absoluto en gobierno y ayuntamiento, empezaron a desmontar aquello. Y acabé con mis huesos, a los 20 años, en magistratura de trabajo. Ganamos. Pero a un precio alto. La campaña contra mí fue demasiado grande en un pueblo demasiado pequeño para un mindungui como yo y con mi edad. Incluso algún viejo jefe local del movimiento (del movimiento fascista, sí, de Falange) como nuestro vecino Don Antonio -reconvertido ahora en sociata educativo- intentó boicotear el homenaje de los maestros a mi madre por su jubilación.
En 1984 empezaron por decir que tenía título oficial, lo cual era cierto. Me fui a la escuela de idiomas de Madrid a apuntarme por libre, pero ya estaba cerrado el plazo. Pregunté si era posible inscribirme aún en algún lado y me dijeron que en las de Castilla y León y en las de Galicia. Había posiblidad de examinarme en Lugo, así que aquella misma noche cogí el tren y me fui a casa de Jesús, para matricularme. Volví para los exámenes. 4 cursos en un día. Mientras que me examinaba de uno, me decían la nota del anterior. Al final, ya porque sabía, ya por la confianza con aquellas profesoras alucinadas de que yo estuviera en los 4, los aprobé todos en un día. Me hubiera gustado darle la noticia a mi madre, pero María Teresa, más emocionada que yo, la llamó aquella noche mientras yo volvía en el expreso. La reválida era en Coruña. No la saqué en junio pero sí en septiembre.
Pero muchas veces recuerdo momentos alegres con mis alumnos y alumnas o espacios de reflexión con gente tan interesante como Fernando de la Riva, al que me he ido encontrando en muchos otros lugares de la educación popular española a los largo de estos años. O el propio Víctor, con el que coincidí -años más tarde- en su garito de Malasaña. Pero eso es ya otro año y otra historia...
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