martes, 11 de junio de 2013

2013: Los míos.

A veces me siento un poco solo. Cuando veo las cosas que hago y en los berenjenales en que meto a mis amigos y amigas, lo que me parece es que pocos abandonos he tenido… Soy un ser eminentemente social y los necesito. Aunque a veces sea exigente, borde y pisacharcos; luego intento arreglarlo. Este fin de semana, hemos estado muchos en Cuenca. Otros no han podido. A todos y todas os quiero y me gustaría poderlo demostrar. Sé que me cuesta, pero la amistad posiblemente consista en eso, en adivinar y aceptar que me cuesta.
La familia se me quedó chiquita. Intenté mejorar la relación con los primos pero todo quedó en un buen fin de semana en Ascaso. A veces veo a mi primo Paco, mi padrino; o me llama. Y siempre me quedarán Emi por el lado de mi madre y Diego por el de mi padre, con los que seguimos manteniendo una buena relación de amistad. Somos, en cualquier caso, todos los nombrados, los indescendientes.
Junto a mí, cada día más cerca, mi hermanita. Nos unen muchas cosas. A veces hemos estado más distanciados. Pero sabemos cuándo es necesario el acercamiento. Aún recuerdo su templanza cuando mi separación. Espero haber estado a la altura en sus malos momentos. Juntos cuidamos del abuelo. Genio y figura a sus 93 años, cabezota y violento, pero mi padre a fin de cuentas.
Nunca me gustó la idea de cerrar la tumba familiar desde dentro, yo que soy el último para la pescadería. Desde pequeño soñé con educar uno o varios niños, si no, de qué tantos Tiempos Libres. Llegó Mahmoud, a pasar dos vacaciones; y lo acogimos con todo el cariño del mundo. Años más tarde apareció en mi vida, en nuestra vida, Roberto. Superviviente de historias que, cuando menos hacen llorar, ahí está, al borde de la adolescencia, obediente y bueno; disfrutando de cuanto le ofrecemos por primera vez. Y tendiendo, poco a poco, redes de hilos finísimos que construirán un compromiso, de educación, de apoyo, de crecimiento personal.
Y junto a mí, mi Néstor. Mi Nene. Dos náufragos huyendo de islas desiertas que un día nos encontramos junto a la Malvarrosa, junto al Mediterráneo. Me ha dado mucho. Una nueva familia a la que quiero, muchos amigos que ya lo son también míos, fuerza para tirar de nuevos proyectos, compañía en muchos otros. A veces discutimos, como todos. No usamos precisamente lenguaje de confitería, somos toscos y a veces, en la tosquedad, nos herimos. Creo que nos sonreímos poco, pero hemos construido, creo, un buen tándem. Y quiero que dure mucho y que con él recorramos muchos caminos y muchas músicas juntos.
Sois mi gente. La que necesito cada minuto de mi vida, sin la que me sería difícil respirar o, al menos, tirar de todos estos carros que yo decido -nadie sabe por qué- intentar hacer avanzar. En estos años he tenido demasiada gente enfrente, demasiadas broncas, demasiados malos amigos. Me quedáis vosotros y vosotras. Los buenos. Los míos. A todas y todos, gracias.

Y si quieres acabar con un buen recuerdo musical, aquí tienes la selección de canciones de estos 50 años que me ha hecho Néstor para Spotify: http://open.spotify.com/user/1152511550/playlist/4wv4AEdo082f7keFiQ4n0H

1963: Nacimos junto al Duero...

Nacimos junto al Duero,
crecimos en su orilla
y fue el sol de Castilla
quien nos besó al nacer.
Murallas viejas de mi Zamora...
Me nacieron en Zamora. A pesar de que mis padres vivían en Villalba ya hacía muchos años. Cuando tocaba parto, mi madre cogía el autorrés y se iba a la patria chica; mis hermanos también son zamoranos. No era sólo devoción por la tierra, mi madre en Madrid sólo tenía al tío Mariano y en Zamora estaba toda la familia, incluyendo al tío Julio, médico y director de la Casa de Socorro. Así que era él el que organizaba las llegadas. La mía ya no fue en casa, a mí me parieron en la Cínica del Perpetuo Socorro, frente a la muralla y junto a una fábrica de harinas. Premonitorio.

Pero hay que reconocer que eso de ser zamorano marca. Hasta nuestro anarquista de cabecera, García Calvo, había descrito cómo iba a desaparecer el estado. (...)Se declara fundada por el presente manifiesto la Comuna Antinacionalista Zamorana que proclama como su función inicial combatir de hecho y de palabra (y tanto mejor si en tanto los hechos y las palabras vienen a confundirse) por la desaparición del Estado español y del Estado en general y por la liberación de la ciudad y la comarca de Zamora, sobre cuya indefinición habrá de volverse en el curso del presente Manifiesto. (...). En mi caso, la devoción por el terruño venía de ambas familias. Mi padre, el más exacerbado; mi madre, la que menos. Pero a la segunda copa de cava se levantaba y cantaba el himnillo de ahí arriba. No he encontrado a nadie más que se lo sepa, así que imagino que salió de la pluma del tío Juan Manuel, que era el poeta de la familia.
A los dos o tres meses yo ya estaba de regreso a Villalba. Así que nada de infancia ni gaitas. Éramos zamoranos de la diáspora. Nuestro refugio en Madrid era la Casa de Zamora. Y en cuanto había vacaciones, hala, p’al pueblo. Ya Villalba lo habían elegido por sus buenas comunicaciones con el hogar común. Por tren, teníamos linea directa con los expresos gallegos (el Rías Altas, el Rías Bajas y, en verano, el Río Miño) y, para una urgencia, siempre se podía coger el Salamanca y hacer transbordo. Y si no, sacabas el billete del autorrés en Madrid y lo parabas a pelo en medio de la autopista.

Pero la visita más obligada era, como no, la de semana santa. Mi padre alquilaba un seiscientos en la autoescuela de Villalba, que los guardaban en los talleres de El Gallo (la actual casa de la cultura). Y en aquellos pelotillas blancos nos embutíamos la familia cada domingo de ramos (muchas veces el lote incluía la abuela) y nos íbamos para el pueblo. Parada obligatoria a comer junto al canal de Toro para llegar a tiempo para que me arreglaran, me repeinaran y me llevaran a la procesión de la borriquita. Cuando fui creciendo, cambié de procesión (que ya no tenía edad de palmas y borricas) y me apuntaron a la de Nuestra Madre de las Angustias. Más premonitorio aún.
 
Sin caer en generalidades estúpidas, la verdad es que la zamoranía algo marca el carácter. En primer lugar, creo que la mayoría de quienes hemos crecido sintiéndonos orgullosos de nuestro románico, despreciamos el barroco en todas sus expresiones plásticas. Y que, como buenos castellanos de Tierra del Pan, somos bastante austeros y un pelín espartanos. Aunque quien mejor nos definió no fue un zamorano, sino uno de Pucela, Delibes, en su gran obra “Castilla, lo castellano y los castellanos”. Bueno, yo creo que en cualquiera de sus innumerales y magistrales retratos.

Y por seguir con lo del carácter, diré que desde pequeñito vi, palpé, olí, compré y degusté esos ajos enormes que llenan cada junio, ristra a ristra, la avenida de las Tres Cruces. He visto crecer y mejorar los vinos de Toro y, si siempre había una botellita en casa de mis padres, en la mía siempre hay varias, la mayor parte de las veces, recién vaciadas. Buscábamos las pastas de Reglero allá donde las hubiera, reconozco unas buenas aceitadas como las nuestras en cuanto siento el olor. Comprábamos leche Gaza si había, quesos de Villalpando, carne de Aliste, lomos de Sanabria. Cada día recibíamos en casa El Correo de Zamora (mi padre aún sigue suscrito a La Opinión). Fuimos socios de honor del Zamora F.C. La marca Zamora era una llamada y una garantía si no de calidad (que también) de acomodo a nuestros gustos.
 
Vuelvo mucho a Zamora. A enseñársela a mis amigos. A recordar episodios de mi infancia intermitente en aquel lugar. A alguna celebración familiar, A algún entierro... Ya quedan pocos. Mi prima Emi emigró al buen clima de Cádiz y tan sólo sigue por allí mi padrino Paco. Fuimos, además, una familia poco “descendiente”. Quedan para disfrutar las piedras viejas de mi ciudad reflejadas sobre el río al que cantó don Antonio frente a su curva de ballesta, aquí ya pausado y rectilineo, entrando, como yo, en su edad madura.

lunes, 10 de junio de 2013

1995: Dineritos europeos para Coslada

Cuando volví de mi aventura mostoleña, fui al despacho de Huélamo, el alcalde de Coslada a ver qué podía hacer yo en este mi ayuntamiento. Mi plaza estaba en Juventud pero había otra persona ocupándola y, además, a mí me apetecía probar algo distinto. Por decirlo más claro, me había pasado dos años siendo director de Cultura y me apetecía serlo en Coslada, donde yo controlaba bien todos los recursos.
Huélamo me propuso dirigir el departamento de Mayores, que lo iban a desgajar de Servicios Sociales. Lo mismo lo hubiera hecho bien; pero aquello no me gustó nada. Me miraba al espejo y yo no me encontraba ni viejo ni capacitado para lidiar con viejos. Así que cuando volví al despacho le dije que no (respuesta que el no acostumbraba a oír, excepto de mí, que la oyó varias veces). Le propuse una cosa: estaban en su máximo esplendor los programas de subvenciones de la Unión Europea y había muchos a los que los municipios españoles no llegaban. Y mucho menos, Coslada. Se subió las gafas y me preguntó cuánto ganaba yo (como si él no lo supiera). “¿Y tú vas a conseguir el dinero que cuestas dedicándote a eso?”. Yo le dije que si no lo traía en un año, pues que ni me llamara, que me mandara con los abuelos o al cementerio si quería.

Yo cobraba unos tres millones y medio de pesetas anuales. Con mi flamante cargo de "Coordinador de Programas Europeos", el primer año conseguí cerca de 220 millones para mi ayuntamiento. Algunos -entre otros el alcalde- debieron de pensar que yo valía para eso. La verdad es que era un momento en el que informándote, encontrabas cosas a las que ningún ayuntamiento español había llegado. Yo además, contaba con contactos para hacer de interlocutores: gentes de las asociaciones de F.I.E.E.A., donde estaba Tiempos Libres. Y, además, hablaba bien un idioma que me daba acceso directo a tres estados muy involucrados en los programas europeos: Luxemburgo, Bélgica y Francia.
Además, con gente que yo conocía del partido (catalanes, sobre todo), fuimos creando un consorcio a imitación de uno que tenían los municipios de Iniciativa. Con “Red Local” conseguimos un “Adapt”, un programa de adaptación de trabajadores en activo que, yo creo, debimos ser de los pocos en el estado. El caso es que, para los 6 pueblos que éramos, nos cayeron  casi 250 millones anuales; para Coslada, 198 en dos años. Cuando el PP llegó al gobierno de Torrejón, se habían salido del consorcio; pero viendo la millonada, volvieron a solicitar el ingreso. No sé qué hicieron aquéllos para convencer a mi concejala de que repartiera el dinero. Pero yo, por ahí, no pasaba; mis millones no me los quitaban. Una mañana me llamó Huélamo para preguntarme por qué había que darle dinero a los torrejoneros y yo le expliqué con pelos y señales los contubernios de mi concejala. Justo cuando yo narraba lo más enjundioso, apareció ella por la puerta; posiblemente había escuchado todo. El bochinche en IU de Coslada fue gordo, pero el peor parado fui, claro está, yo. Seguí trayendo millones pero a las órdenes de una jefa que me hacía la vida imposible y, más de una mañana, llorar. En 1997 tuvieron que sacarme de allí, los programas europeos quedaban encauzados y habíamos conseguido abrirnos paso entre las candilejas europeas. Otros seguirían mi trabajo.

El propio Huélamo, por fin, me ofreció la dirección de Cultura. Duró la oferta una semana porque el ala zorrocotroca de IU dijo que nanai. Al final me mandaron a Participación pensando que aquello era un exilio dorado. Cuando vieron que también hacía cosas, llegó el balconcillo, pero esa ya es otra historia.
Hubo un tiempo en el que algunos partidos, para hacer las listas, buscaban a los mejores. Por eso avanzó Coslada y por eso, creo, crecí políticamente yo en este pueblo. Tanto que, cuando se acabó el contrato de la casa de Ópera, como no encontré nada mejor y asequible por el centro, me vine para acá. Desde entonces se ha degradado mucho la vida política (como en el resto del país). Pero, con sus carencias periféricas, Coslada y San Fernando siguen siendo lugares agradables donde vivir y dar la lata. Y aquí seguimos.

2002: 2º congreso del la FELGTB

Como presi, yo representaba a Guirigay en la Federación Estatal; por eso llevaba algún tiempo colaborando con Pedro Zerolo y la gente de la dirección en algunos temas. El Orgullo de 2002 era muy importante porque queríamos que supusiera un paso adelante claro a favor de la ley de matrimonio y para parar los intentos del PP de diluir la reivindicación mediante leyes escondidas de uniones de hecho. Así que todo el esfuerzo se centró en buscar aliados para darle fuerza a la mani de finales de junio.

Diez días antes, los sindicatos habían convocado una huelga general. Yo ya había mantenido con ellos algunas reuniones como representante de los colectivos de Madrid y, en Coslada, habíamos hecho un estudio sobre la homofobia en el ámbito laboral. Zerolo me pidió que tanteara a los entornos de Fidalgo (CC.OO.) y Méndez (U.G.T.). Le dije que, en aquel momento, era muy fácil, que sabía la contrapartida que nos iban a exigir ¿estaba dispuesto? Conseguí una reunión con los números 3 de ambos sindicatos. Fuimos Pedro, Arnaldo y yo a la sede de UGT que, precisamente, está en Chueca. El cambio de cromos era fácil: si ellos apoyaban la convocatoria del Orgullo (y venían a la mani) nosotros apoyábamos la huelga general (e íbamos a la mani). Fue un acuerdo fácil. Y más fácil fue luego con los secretarios generales. 
Hice una propuesta de texto al Consejo Federal de la FELGT que insistía en que, uno de los colectivos más perjudicados por las reformas de Aznar, éramos los gays. Se aprobó aunque con votos en contra. A mí, que llevaba años quitándome, Bea Jimeno me tachó de comunista. Luego me explicó que era por mi obsesión por la organización (San Gramsci, San Gramsci, aparta de mí este cáliz). El caso es que llamamos a la huelga y fuimos a la mani. En el cortejo de la FELGT (tras una pancarta de Guirigay a la que pegamos un cartel de la federación) íbamos Zerolo y alguno más de la dirección, todos-as los de Coslada, unos cuantos valencianos, algún perdido de otro lado y muy pocos del COGAM (San Gramsci, San Gramsci, perdónalos porque no saben lo que hacen). Pero el caso es que, con tanta bandera arco iris, bajo el sol del junio madrileño, entre tanto obrero cariacontecido, quedamos fenomenal.

Así que a la semana siguiente, convocamos una rueda de prensa con Pedro, Méndez y Fidalgo en la sede de COGAM. Más de cincuenta periodistas y unas diez cadenas de televisión. Zerolo no cabía en sí de gusto. Me preguntó que si había algo para regalarles y yo llevaba, claro que sí: dos camisetas del Guirigay tamaño XXL con su fundita y todo. Y con ellas salieron en la foto. En un ataque de análisis predictivo, Bea me dijo “esto en el futuro, lo va a pagar muy caro la Federación” (San Gramsci, San Gramsci, ¿por qué me has abandonado?). Desde entonces todos los congresos y la mayor parte de las actividades de formación han sido en locales sindicales y en todas las manifestaciones y reivindicaciones, los dos grandes sindicatos han sido nuestros mejores aliados.

Así que Zerolo me llamó un día a su despacho de Rosales y me propuso entrar en la ejecutiva de la Federación y que le ayudara a montar el 2º Congreso. Le dije que sí a ambas cosas. Y ya se sabe lo que es cuando digo que sí: diseñé el cartel, formé parte de ambas comisiones de redacción de ponencias, las llevé a la imprenta, encargué las pancartas, las coloqué yo, hicimos un montón de propuestas desde Guirigay que se aprobaron casi por unanimidad, busqué un buen local para hacerlo (el centro de estudios de CC.OO. de Madrid)… Es lo que tiene la mucha devoción a San Gamsci.
Antes de empezar el congreso, empezaron los nervios. Por el PSOE venía Trinidad Jiménez. Yo la había conocido en Argelia, cuando el Festival de la Juventud. Entonces yo llegué a la conclusión de que era una pija infumable, pero había sido por obligaciones de mi militancia comunista. En la puerta de aquel congreso, como yo de lo del comunismo ya he contado que me estaba quitando, llegué a la conclusión de que era una pija infumable por puro empirismo. Decidió que si hablaba Mendiluce en nombre de Los Verdes, ella no entraba. Lío total, nervios a tope y el Zerolo descompuesto. Por mi militancia y mis amistades en Iniciativa per Catalunya pude solucionarlo yo: quedamos en que no venía como candidato al Ayuntamiento de Madrid sino como representante de ICV. Vale, entró ella y saludó muy ufana. No repetiré aquí su discurso, su tono y sus giros para que no digáis luego que “menuda pija infumable”.

El presidente del Congreso era mi amigo Ximo; que no lo he contado en el blog, así que aprovecho: tras ser un adolescente asexuado, decidió salir del armario como sólo él y Lavrenti Beria saben: descolgó el teléfono y dijo “que sepas que soy el secretario de organización del Colectivo Lambda”. Porque no le gustan los tulipanes, que si no, que vaya temblando el secretario de organización de la federación holandesa de horticultores… Tras un primer traspiés con Daisy, la mujer del pato Donald, el congreso salió estupendo, incluida una noche del cine gay friendly que monté donde la UGT, conmigo detrás de la pantalla, metiendo vídeos vhs repirateados con las mejoras escenas gay y lésbicas del cine español.
Llegados a la comisión de candidaturas, yo iba para no se qué, pero pasaba por allí uno de los del partido de la pija infumable y se inventó una cosa rara sobre reparto territorial para quitarme de en medio. Yo, que ya he contado que me estaba quitando de lo del stalinismo, me dije “no tienes tiempo para más, lárgate de aquí, Miguel Cordero”. Y aunque Pedro Zerolo me lo pidió luego, no quise entrar en la dirección de la FELGTB (que en aquel congreso añadió la T y años más tarde, la B). 

Desde entonces he colaborado con todo lo que me han pedido, soy buen amigo de la actual presidenta, la gran Boti; cuando fui concejal apoyamos a la federación en todo y más y fue una lástima que el mismo mamarracho se volviera a cruzar en el camino y montara un boicot a unas jornadas sobre Ciudad y Orientación Sexual que no eran un escaparate para mí sino para la propia federación. Menos mal que hay gente con altura de miras y Boti sí vino a clausurarlas y las inauguró la persona que más alto ha llevado el estandarte gay en el estado español: mi buen amigo Iñigo Lamarca, Ararteko (Defensor del Pueblo) vasco. 

San Gramsci, San Gramsci: en tus manos encomiendo mi espíritu.

domingo, 9 de junio de 2013

1993: Por Doñana, en bici

Móstoles me daba tres cosas: dinero, tiempo libre y muchos quebraderos de cabeza. Yo era consciente de un problema serio de comunicación: cuando alguien extraño me dirigía la palabra, la gente me daba un corte o cuando la conversación no me interesaba, yo dejaba de hablar con esa persona e, incluso, huía físicamente. Había intentado leerme algunas cosas sobre habilidades sociales y necesitaba probarme y ponerlas en práctica.

Tenía unos días libres tras las fiestas de mayo (aquella en que monté lo del motín), la situación política de aquella casa de locos parecía estar tranquila aquel mes y, si me ausentaba una semana, mi cabeza no corría peligro. Así que decidí probar el tren que tanto me había seducido y en el que aún no me había montado y combinarlo con mi medio de transporte favorito, que con tanta burocracia empezaba a oxidarse en la casa de Ópera. Me saqué un billete de AVE, de cuando aún dejaban llevar la bici, y me fui para Sevilla. Solos, mi peugeot, mis alforjas y yo.

Una de las cosas que más me maravilló fue que salí de Madrid a una hora normal, las 7 y cuarto -ya amanecido- y cuando llegué a Sevilla, no había nada abierto. Nada, ni los bares. Con el tiempo, ese maravillamiento se ha ido cambiando con cabreo con esa peculiar insistencia andaluza de cumplir a rajatabla todos los clichés que se tienen sobre ellos. Pero Sevilla tiene un color especial y más entonces, ya superada la etapa de la expo pero con sus reformas urbanas aún sin deteriorar.
Tras comprar unos cuantos repuestos para la bici en El Corte Inglés, única tienda local que se digna a abrir a las 10 (de la mañana), salí para el Aljarafe por pueblos y cuestas arriba. Me costó, pero ya en Azanalcázar, el pueblo del que sale la carretera hacia el sur (y se acaban las cuestas arriba) paré para comer. Primer ejercicio: no darme vergüenza que me vean solo.

Por la tarde, el paisaje cambia y aparece la Andalucía campestre, radiante y verde a ambos lados de mi cuesta abajo (lo que ayuda a que todo sea más radiante y más verde) hasta que llego a la gran llanura de la marisma desecada. Pequeños pueblos de las colonizaciones de principios del XX: la aldea de Alfonso XIII y, un poco más abajo, Isla Mayor. Segundo ejercicio: encontrar una farmacia y comprar toda la glucosa que tengan. Las piernas están un poco “de primer día”. Aprovecho para preguntar si hay algún hostal y me indican uno. Hay habitación, no está mal, puedo guardar la bici, es barata e incluye pensión completa. Como soy el único cliente, tercer ejercicio: entablar una conversación sobre temas anodinos y superficiales con alguien que se acaba de cruzar en tu camino; en este caso, el dueño, que aprovecha que te sirve la cena para hacerte un tercer grado.
El día siguiente lo dedico a tareas de “mantenimiento muscular”. O sea, dar vueltas cortitas por la gran llanura para conocer el último Guadalquivir, cuando el gran Betis es un río-río, anchote y lleno de tráfico fluvial. Si alguien quiere hacer aquellas rutas lo primero que tiene que aprender es que no hay ni carreteras ni pistas ni caminos; hay “muros”. Tú buscas el muro y nunca lo encuentras. Cuando te cruzas con un lugareño le preguntas; y resulta que el muro no es una tapia o pared. Que el muro es una carretera, pista o camino. O sea, lo que tienes debajo. Tiene un sentido histórico: eran los muros de tierra más compactada que cerraban el trozo de la marisma que se iba a desecar.
Con esas llegué al camino de El Rocío. Que ya no es marisma, con lo cual hay sombrita de eucaliptos; pero que es todo arena, como una playa. Así que te bajas de la bici y te haces 25 km a pie con la arena por los tobillos y la basura que han dejado lo peregrinos -dos semanas antes- a la altura del manillar. Y sin recoger. Basura que incluso se almacena en zonas del parque nacional “es que, mireusté, la cofradía de Sanlucar tiene derecho de paso, y como es la que peregrina por los sitios más guapos, tiene mucha devoción”. Cuarto ejercicio: no recordarás al desconocido que el populacho español tuvimos una época en la que demostramos que todo cura y toda iglesia son fácilmente combustibles.
Cuando sales al poblado de El Rocío, te preguntas dónde habrás pegado el salto sobre el Atlántico, porque aquello tiene más de pueblo del far west que de bucólica aldeíta andaluza. Muchas casetas sin gusto, con soportal y palo horzontal para atar las caballerías. Encuentro un bar y me paro a beber algo fresco tras la calurosa travesía. Como es el único abierto en el poblado, la señora que me atiende se ofrece a abrirme el Santuario. ¿Santuario? Yo no he venido aquí a ver santuarios, ni dioses ni blancas palomas. Así que decido evitar cualquier quinto ejercicio que me saque de la recta vía del quinto regimiento y continúo viaje hasta Matalascañas no sin dejar de enviar una mirada de desprecio a ese mamotreto barroco culpable del embasuramiento anual de una de las joyas biológicas de Europa.
En Matalascañas sólo había jubilados. En el primer hotel de playa que encuentro me dan habitación y sitio para guardar la bici. Hoy toca descansar. A la mañana siguiente, playita (fría, fría) y, después de comer: en bici hasta Acebuche: entrar en el corazón del Parque Nacional de Doñaña. Recuerdo que estaba bastante emocionado aunque ví pocos animales, la marisma ya estaba muy seca y seguía habiendo restos de romería en forma de millones de latas y bolsas de plástico amontonadas. En el todoterreno pegué la hebra con un biólogo de esos de cámaras enormes que me contó cosas interesantes del parque. Sexto ejercicio, quedar a cenar con un desconocido y no parecer gilipollas al final. Él hablaba de pájaros y yo de bicis. Y una vez pagada la cuenta, cada mochuelo a su olivo.
Salí al día siguiente hacia Huelva. El recorrido junto al mar es bellísimo y de vez en cuando puedes meterte hacia alguna playita. Entré en el parador de Mazagón, de arquitectura racionalista del franquismo (de lo poco interesante de aquella nefasta época) y de gratos recuerdos de mi infancia, cuando tras los pactos de la Moncloa mis padres decidieron festejar el subidón de sueldo de parador en parador. Por la tarde pedales hasta la Rábida, con visita al monasterio. El fraile nos cuenta exactamente lo mismo que nos contó otro 15 años antes. Y nos ofrece a la salida el mismo librote que compró mi padre. Debió ser una edición de dos y aún les quedaba éste.
Las tardes se alargaban y me daba tiempo a llegar a Huelva. Pero como llovía y como la entrada entre industrias y pantalanes es tan espantosa, cuando me topé con la estación y vi que quedaban trenes a Sevilla, me cogí uno de vuelta. Busque pensión, me arreglé, olvidé mi bici por una noche y decidí llegarme al Poseidón, una discoteca gay a la que yo había entrado lleno de temor cuando la mili y donde decidí lanzarme aquella noche. Séptimo ejercicio: intentar ligar, o al menos, intentar ser un mortal de carne y hueso normal. Aquello estaba lleno de gente, la mayoría muy guapos; y yo -vistas las fotos ahora- no desentonaba. No se si era sábado, pero el refrán se cumplió a rajatabla: “sábado sabadete, camisa nueva; y otra vez que no”.
Se me había olvidado. Había un octavo ejercicio: apuntar todas las cosas de este viaje para escribir una novela. Como ese tampoco lo conseguí, al menos que quede esta entradilla en el blog. Los demás ejercicios creo que los he conseguido, con éxito, a lo largo de muchos más años. Bueno, el séptimo nunca fue en una discoteca, pero yo creo que ha sido mejor así…

sábado, 8 de junio de 2013

1991: Diccionarios y natillas en Olocau

Nos conocíamos de las reuniones de la UJCE. Poco a poco nos habíamos ido dando cuenta de que perseguíamos cosas parecidas. Y creo que, lo más importante, desde una cierta modestia e ingenuidad. La JCPV nunca intentó dirigir ni imponer nada. Al menos en aquellas épocas. Una vez en una reunión en Campomanes había que ir a comer y les dije que vinieran a casa. Como yo tenía paella pescanova de esas de hacer en la olla, me di cuenta de que no era la mejor manera de hacer amigos valencianos, así que nos bajamos al Urumea (el bar de la esquina) y yo me hice la promesa de aprender a hacer paellas como Joan Fuster manda.
Me mandaron al País Valenciano a hacer algunas reuniones. Conocí mejor a Miquel entre muchas aguas de Valencia por el barrio del Carmen y Mónica y yo hicimos las paces tras nuestro rifirrafe en aquel congreso del 88. Me gustaban aquellas reuniones con gata incluida (Laika) en la sede de Guillem de Castro, no había petulancia y acabábamos cantando canciones de Llach mientras Angelina, agarrada a una escoba, mandaba bajar la voz. Luego, hospitalidad proletaria, me quedaba a dormir en la casa del "jefe" con su padre, su madre (la única jefa que había en aquella casa), Miquel y Pepito, un gorrión que vivía, libre, en aquella casa.

Así que, en la primavera del 91 (creo) me invitaron a pasar un fin de semana con la banda que era el núcleo de todo aquello. Sé que era en Olocau, en un chalet familiar de Miquel, pero no me acuerdo muy bien cómo llegamos hasta allí. El caso es que aparecimos la flor y la nata de la juve del País Valenciano: Angelina, Albert y su hermana Cristina (y un novio que tenía ésta), Miquel y Mónica, Lluis, un tal Dami que me iba a enseñar un sitio guapo en su pueblo para montar campamentos y yo. Del núcleo duro faltaban Paco Cruz, algún otro y Ximo Cádiz, aquel adolescente asexuado que por piel tenía el mapa de marte que fotografió el Pathfinder, en 3D.
Lluis decidió dormir en mi cama. No sé esperando qué. Había otra chica que se apuntó a dormir en la de al lado, tampoco se qué esperaba ver. La tarde transcurrió entre juegos y cenitas y, en la sobremesa, decidimos jugar al diccionario. Fue una partida histórica que aún no he conseguido superar. Albert intentaba conseguir definiciones perfectas; yo gilipolleces sonoras. Me acuerdo aún de palabras que salieron: "Lechosa" o "Empiema". Hasta qué hora estuvimos, ni me acuerdo. Que se acabaron los espirituosos, en especial la mistela, seguro. Hasta Angelina estaba relajada.
Aquella noche la vida política del País Valenciano hubiera podido cambiar. Si Camps hubiera estado allí, hubiera visto a Mónica hacer natillas, se habría levantado de madrugada a comer unas pocas y, al día siguiente, se hubiera llevado unos cuantos gritos bien pegados: ni se le hubiera ocurrido enfrentarse a ella en un parlamento, quince años más tarde. Pero, ahh, no estuvo allí y no supo enterarse de lo que podía ser capaz esa mujer cuando, aún sin peinar, descubre que alguien ha metido la cuchara en sus natillas. ¡Los demás sí que nos enteramos!. Bueno, Dami y yo habíamos salido temprano para ver aquel pueblo junto a Cofrentes y, cuando llegamos, el temporal había amainado.
Ellos habían ido muchas más veces. Para mí fue una experiencia, de colegas, que me quedó grabada en la parte blanda y cariñosa del corazón. Esa parte que, con el tiempo, hemos conocido en todos los demás del grupo, incluidos Ximo y Mónica.

viernes, 7 de junio de 2013

2003. La PIC vuelve a la carga.

La habíamos fundado 5 años antes, siguiendo a Huélamo, por entonces alcalde cuando, a finales del 98,  Izquierda Unida se hundía y desunía cada vez más. Fue durante un tiempo la versión cosladeña de la Nueva Izquierda. Pero tras las elecciones del 99, la mayoría de la gente que seguía a Cristina Almeida se integró en el PSOE y, en la agrupación socialista cosladeña, en aquellas épocas no teníamos ni sitio ni ganas ni elemento alguno en que coincidir.

Así que iniciamos una larga travesía del desierto en el que la peor parte, posiblemente, me la llevé yo. No es victimismo, pero es que me tragué tres años sin hacer nada sentado en un balconcillo de la cuarta planta del ayuntamiento. A aquello, ya mucha gente le llamaba mobing. Hoy, lo que me hicieron, viene claramente tipificado en la ley como acoso laboral. Aguanté tres años porque soy así y, en el fondo, aproveché para hacer muchas otras cosas productivas. Para mí, para Coslada e, incluso, para el propio Ayuntamiento. Hoy la instigadora directa de aquel mobing de larga duración se sienta en un parlamento y pastelea pactos con unos y con otros. Pero su conducta, no solamente conmigo, viene a corroborar que muchos de los mimbres de la actual Izquierda Unida son elementos profundamente reaccionarios que provocan, aún, una gran desconfianza en un electorado harto de gentuzas así.
En el 2003 el PSOE de Coslada hacía aguas. Y creímos necesario dar un nuevo impulso al proyecto. Relanzamos la PIC cara a presentarnos en 2004. Yo dejé la presidencia de Guirigay anunciando que volvía a presentarme a Concejal. E iniciamos una campaña mucho más pegada al terreno que la anterior. Yo, que vivo en un décimo, siempre me he fiado de los análisis sociológicos de mi ascensor.

En el último mitin antes de las elecciones ya se palpaba que la cosa iba hacia arriba. Hice un discurso vibrante, creo que uno de los mejores de mi vida y, por supuesto, de aquella campaña. “Me piden que diga en tres palabras cuáles son las necesidades de Coslada”…

Sacamos seis concejales. Yo era el sexto de la lista. 7 el PP, otros 6 el PSOE y 4 IU. Tras una negociación lamentable en la que el candidato del PSOE me intentó comprar (por cierto, con un cargo que no me hubieran podido dar: quince días más tarde saltó el escándalo del tamayazo y perdieron la Comunidad), llegamos a un acuerdo de legislatura con el PP que lo hicimos firmar ante notario.
El acuerdo incluía muchas cosas: metro, hospital, centros de salud, olimpiada… Yo por mi parte tensé la cuerda al máximo: exigía una Concejalía de Igualdad que se ocupase de los problemas y necesidades LGTB. Lo aceptaron. Y lo hicimos. Fue una buena legislatura en la que conseguimos muchas cosas para la ciudad. Pero en la que entregamos a los brazos del PP a un electorado importante que vio cómo la derecha sí se podía ocupar de temas sociales con éxito. Posiblemente porque no supimos identificarnos claramente como izquierda.

A las siguientes elecciones sacamos sólo un concejal. Y aunque pactamos con los partidos de izquierdas (gato escaldado), no es que no supimos identificarnos, es que no hicimos nada de relevancia. Pero sobre el hundimiento de la PIC ya escribí en su día en mi blog cosladeño.

Hoy sólo toca recordar que, en 2003, volvimos a juntar a mucha gente desperdigada de los movimientos sociales cosladeños y a acordar con nuestros electores un programa que logramos luego llevar a la práctica en más de un 90%. Aquello pudo tener muchos fallos, pero programa programa programa hubo. Y se cumplió