lunes, 3 de junio de 2013

1971: Empezó la egebé

En 1971 yo iba a clase con don Feliciano. A las aulas bajas del grupo escolar que eran idénticas a las de la escuela de mi madre. Era una clase con pupitres en la que debíamos de caber 40 o más. Para seguir la tradición, a mear íbamos a la tapia que separaba el grupo escolar del colegio de las monjas. Era divertido. Hasta que te llegaba un retortijón y lo que necesitabas era “hacer de vientre”; a ver en qué lado de la tapia te ponías... Así que una mañana aguantando aguantando, me cagué encima. Y, por mala suerte, estábamos tres en el pupitre, José María Carretero, José Miguel Aguado y yo. Qué vergüenza...
Lo de cagarse encima no lo había previsto Villar Palasí en su flamante Ley General de Educación y Financiamiento de la Reforma Educativa. Lo sé, porque si no, le hubiera puesto unas iniciales del tipo FP, BUP o EGB; las letrajas que marcaron nuestra infancia. Así que, de la noche a la mañana, dejamos de estudiar Primaria y empezamos la egebé. Yo por segundo, que era lo que me tocaba. Nos tocó comprar libros nuevos. Todos de Editorial Santillana (este es el momento en que el señor Polanco empezó a forrarse). El caso es que eran aburridas y serias. Mucho mejor la antigua enciclopedia Álvarez con sus dibujitos y sus mapas de colores.
Había libros convencionales que se tenían que dejar en clase y luego libros de fichas. Durante unas semanas, don Feliciano dejó de explicar porque ahora, lo moderno era que nosotros nos buscáramos la vida en los libros y si necesitábamos ayuda, le preguntáramos. Al mes o así, visto el batiburrillo que montábamos alrededor de su mesa y la de veces que borrábamos y reescribíamos las fichas, decidió volver a la pizarra y al método antiguo. Supuestamente teníamos que rellenar las fichas en grupo, pero montábamos un jaleo de aupa y entonces, el maestro agarraba la regla aquella de madera y la hacía sobrevolar por encima de una o de varias cabezas.
Una vez que acababas las ficha, si te dabas prisa, te daba tiempo a hablar de otras cosas aprovechando que los lentos todavía iban por los frutos carnosos, jugosos y secos. A mí se me había caído un diente y estaba como loco esperando al ratoncito Pérez. El listo de Carretero me dijo que "cómo era yo tan crío y me creía eso, que el ratoncito Pérez eran los padres". Y yo le dije que, "por supuesto que lo sabía y hace tiempo". Y el dijo “pues como los Reyes” y yo dije que tururú, que yo era suficientemente moderno para aceptar que el ratón no existía, pero lo de los Reyes, por encima de mi cadáver. Vaya, pues también eran los padres...
Con la egebé se explicaban cosas nuevas. Por ejemplo, los conjuntos. A mí me molaban, pero creo que a don Feliciano, no mucho. En cambio, la-virgen-maría-es-una-señora-llena-de-gracia-y-virtudes-concebida-sin-pecado-que-está-en-el-cielo-en-cuerpo-y-alma, no cambió un ápice. En música, aprendimos cosas nuevas: “el montañas nevadas” que era jovial y campechano (“Montañas nevadas, banderas al viento, el alma tranquila, dios ha de vencer. La mirada, clara y lejos, y la frente levantada...”. El “Prietas las filas” lo tanteamos, pero eso es más de don Carlos.
De vez en cuando, leíamos un libro de lectura, de los modernos, que molaba. Se llamaba “Nacho” y eran aventuras de un chaval normalito que hacía cosas interesantes. Me acuerdo de una en la que montaba un paracaídas para el gato con una cesta y un paraguas. A veces, salíamos al patio a hacer gimnasia y, por aquella época hubo un eclipse de sol que lo vimos con cristales de cerveza. En los recreos, jugábamos al guá, a los indios (tirabas desde lejos con una canica y si le dabas te lo quedabas), a las tangas (que no eran bragas escasas, sino discos de metal)  y al churro-mediamanga-mangotero
Pero si había algo que en 1971 era la pera, era Gallinópolis. No hay manera de encontrar fotos de aquello. Pero existió. Era una zona enorme entre Villalba y los Negrales dividida en parcelitas que los más ahorradores se habían comprado. La gente tenía en cada parcela un gallinero (blancos y todos iguales) con el letrero de GALLINÓPOLIS en el tejado, para que se viera bien desde los aviones. La gestión de los huevos era común, la llevaba una empresa que tenía ese nombre. Don Feliciano y don Carlos tenían una parcelita a medias y allí nos llevaban de excursión las tardes de mayo cuando la primavera no nos dejaba quietos en el pupitre. Duró poco Gallinópolis. Llegó una inmobiliaria, les ofreció un pastón por cada parcelita y donde había pollos empezaron a aparecer veraneantes. Ahora se llama “Urbanización Entresierras”.

En cambio, la EGB duró mucho. Y con el paso del tiempo, muchos profesionales de la enseñanza reconocen que, aquella reforma, no estuvo mal. Frente a ustedes tienen uno de sus productos...

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