martes, 11 de junio de 2013

1963: Nacimos junto al Duero...

Nacimos junto al Duero,
crecimos en su orilla
y fue el sol de Castilla
quien nos besó al nacer.
Murallas viejas de mi Zamora...
Me nacieron en Zamora. A pesar de que mis padres vivían en Villalba ya hacía muchos años. Cuando tocaba parto, mi madre cogía el autorrés y se iba a la patria chica; mis hermanos también son zamoranos. No era sólo devoción por la tierra, mi madre en Madrid sólo tenía al tío Mariano y en Zamora estaba toda la familia, incluyendo al tío Julio, médico y director de la Casa de Socorro. Así que era él el que organizaba las llegadas. La mía ya no fue en casa, a mí me parieron en la Cínica del Perpetuo Socorro, frente a la muralla y junto a una fábrica de harinas. Premonitorio.

Pero hay que reconocer que eso de ser zamorano marca. Hasta nuestro anarquista de cabecera, García Calvo, había descrito cómo iba a desaparecer el estado. (...)Se declara fundada por el presente manifiesto la Comuna Antinacionalista Zamorana que proclama como su función inicial combatir de hecho y de palabra (y tanto mejor si en tanto los hechos y las palabras vienen a confundirse) por la desaparición del Estado español y del Estado en general y por la liberación de la ciudad y la comarca de Zamora, sobre cuya indefinición habrá de volverse en el curso del presente Manifiesto. (...). En mi caso, la devoción por el terruño venía de ambas familias. Mi padre, el más exacerbado; mi madre, la que menos. Pero a la segunda copa de cava se levantaba y cantaba el himnillo de ahí arriba. No he encontrado a nadie más que se lo sepa, así que imagino que salió de la pluma del tío Juan Manuel, que era el poeta de la familia.
A los dos o tres meses yo ya estaba de regreso a Villalba. Así que nada de infancia ni gaitas. Éramos zamoranos de la diáspora. Nuestro refugio en Madrid era la Casa de Zamora. Y en cuanto había vacaciones, hala, p’al pueblo. Ya Villalba lo habían elegido por sus buenas comunicaciones con el hogar común. Por tren, teníamos linea directa con los expresos gallegos (el Rías Altas, el Rías Bajas y, en verano, el Río Miño) y, para una urgencia, siempre se podía coger el Salamanca y hacer transbordo. Y si no, sacabas el billete del autorrés en Madrid y lo parabas a pelo en medio de la autopista.

Pero la visita más obligada era, como no, la de semana santa. Mi padre alquilaba un seiscientos en la autoescuela de Villalba, que los guardaban en los talleres de El Gallo (la actual casa de la cultura). Y en aquellos pelotillas blancos nos embutíamos la familia cada domingo de ramos (muchas veces el lote incluía la abuela) y nos íbamos para el pueblo. Parada obligatoria a comer junto al canal de Toro para llegar a tiempo para que me arreglaran, me repeinaran y me llevaran a la procesión de la borriquita. Cuando fui creciendo, cambié de procesión (que ya no tenía edad de palmas y borricas) y me apuntaron a la de Nuestra Madre de las Angustias. Más premonitorio aún.
 
Sin caer en generalidades estúpidas, la verdad es que la zamoranía algo marca el carácter. En primer lugar, creo que la mayoría de quienes hemos crecido sintiéndonos orgullosos de nuestro románico, despreciamos el barroco en todas sus expresiones plásticas. Y que, como buenos castellanos de Tierra del Pan, somos bastante austeros y un pelín espartanos. Aunque quien mejor nos definió no fue un zamorano, sino uno de Pucela, Delibes, en su gran obra “Castilla, lo castellano y los castellanos”. Bueno, yo creo que en cualquiera de sus innumerales y magistrales retratos.

Y por seguir con lo del carácter, diré que desde pequeñito vi, palpé, olí, compré y degusté esos ajos enormes que llenan cada junio, ristra a ristra, la avenida de las Tres Cruces. He visto crecer y mejorar los vinos de Toro y, si siempre había una botellita en casa de mis padres, en la mía siempre hay varias, la mayor parte de las veces, recién vaciadas. Buscábamos las pastas de Reglero allá donde las hubiera, reconozco unas buenas aceitadas como las nuestras en cuanto siento el olor. Comprábamos leche Gaza si había, quesos de Villalpando, carne de Aliste, lomos de Sanabria. Cada día recibíamos en casa El Correo de Zamora (mi padre aún sigue suscrito a La Opinión). Fuimos socios de honor del Zamora F.C. La marca Zamora era una llamada y una garantía si no de calidad (que también) de acomodo a nuestros gustos.
 
Vuelvo mucho a Zamora. A enseñársela a mis amigos. A recordar episodios de mi infancia intermitente en aquel lugar. A alguna celebración familiar, A algún entierro... Ya quedan pocos. Mi prima Emi emigró al buen clima de Cádiz y tan sólo sigue por allí mi padrino Paco. Fuimos, además, una familia poco “descendiente”. Quedan para disfrutar las piedras viejas de mi ciudad reflejadas sobre el río al que cantó don Antonio frente a su curva de ballesta, aquí ya pausado y rectilineo, entrando, como yo, en su edad madura.

1 comentario:

  1. Nacimos junto al Duero, crecimos en su orilla, y fue el sol de Castilla que nos besó al nacer.
    Reliquias del pasado viven en mi memoria, y sepa nuestra gloria, dar a du fé valor.
    Viva Castilla, viva Zamora, vivan sus rios, viva su sol y vivan siempre los Zamoranos de dulces ojos y aire Español.

    Ese himno cantaba mi Bisabuela, nacida en Fermoselle, y a los 18 años viajó para Argentina a formar su familia. Vivió hasta los 107 años!!! Su nombre era Isabel Segurado Seis Dedos

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