sábado, 8 de junio de 2013

1991: Diccionarios y natillas en Olocau

Nos conocíamos de las reuniones de la UJCE. Poco a poco nos habíamos ido dando cuenta de que perseguíamos cosas parecidas. Y creo que, lo más importante, desde una cierta modestia e ingenuidad. La JCPV nunca intentó dirigir ni imponer nada. Al menos en aquellas épocas. Una vez en una reunión en Campomanes había que ir a comer y les dije que vinieran a casa. Como yo tenía paella pescanova de esas de hacer en la olla, me di cuenta de que no era la mejor manera de hacer amigos valencianos, así que nos bajamos al Urumea (el bar de la esquina) y yo me hice la promesa de aprender a hacer paellas como Joan Fuster manda.
Me mandaron al País Valenciano a hacer algunas reuniones. Conocí mejor a Miquel entre muchas aguas de Valencia por el barrio del Carmen y Mónica y yo hicimos las paces tras nuestro rifirrafe en aquel congreso del 88. Me gustaban aquellas reuniones con gata incluida (Laika) en la sede de Guillem de Castro, no había petulancia y acabábamos cantando canciones de Llach mientras Angelina, agarrada a una escoba, mandaba bajar la voz. Luego, hospitalidad proletaria, me quedaba a dormir en la casa del "jefe" con su padre, su madre (la única jefa que había en aquella casa), Miquel y Pepito, un gorrión que vivía, libre, en aquella casa.

Así que, en la primavera del 91 (creo) me invitaron a pasar un fin de semana con la banda que era el núcleo de todo aquello. Sé que era en Olocau, en un chalet familiar de Miquel, pero no me acuerdo muy bien cómo llegamos hasta allí. El caso es que aparecimos la flor y la nata de la juve del País Valenciano: Angelina, Albert y su hermana Cristina (y un novio que tenía ésta), Miquel y Mónica, Lluis, un tal Dami que me iba a enseñar un sitio guapo en su pueblo para montar campamentos y yo. Del núcleo duro faltaban Paco Cruz, algún otro y Ximo Cádiz, aquel adolescente asexuado que por piel tenía el mapa de marte que fotografió el Pathfinder, en 3D.
Lluis decidió dormir en mi cama. No sé esperando qué. Había otra chica que se apuntó a dormir en la de al lado, tampoco se qué esperaba ver. La tarde transcurrió entre juegos y cenitas y, en la sobremesa, decidimos jugar al diccionario. Fue una partida histórica que aún no he conseguido superar. Albert intentaba conseguir definiciones perfectas; yo gilipolleces sonoras. Me acuerdo aún de palabras que salieron: "Lechosa" o "Empiema". Hasta qué hora estuvimos, ni me acuerdo. Que se acabaron los espirituosos, en especial la mistela, seguro. Hasta Angelina estaba relajada.
Aquella noche la vida política del País Valenciano hubiera podido cambiar. Si Camps hubiera estado allí, hubiera visto a Mónica hacer natillas, se habría levantado de madrugada a comer unas pocas y, al día siguiente, se hubiera llevado unos cuantos gritos bien pegados: ni se le hubiera ocurrido enfrentarse a ella en un parlamento, quince años más tarde. Pero, ahh, no estuvo allí y no supo enterarse de lo que podía ser capaz esa mujer cuando, aún sin peinar, descubre que alguien ha metido la cuchara en sus natillas. ¡Los demás sí que nos enteramos!. Bueno, Dami y yo habíamos salido temprano para ver aquel pueblo junto a Cofrentes y, cuando llegamos, el temporal había amainado.
Ellos habían ido muchas más veces. Para mí fue una experiencia, de colegas, que me quedó grabada en la parte blanda y cariñosa del corazón. Esa parte que, con el tiempo, hemos conocido en todos los demás del grupo, incluidos Ximo y Mónica.

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