martes, 21 de mayo de 2013

1973: El referéndum de don Carlos.

Cuando pasamos a 5º, continuamos con el mismo maestro, Don Carlos, en la misma aula del "Grupo Escolar". Eso sí. La mitad éramos de quinto y la otra mitad, de cuarto. Por eso nos trajeron algunas mesas nuevas que destacaban entre los tradicionales pupitres. Pero como no había suficiente para todos los que éramos, añadieron al final de la clase un banco corrido donde cabían tres alumnos. Muy pronto fue conocido como “el banco de la paciencia”.

Eran épocas de grandes avances tecnológicos: oíamos el romance del conde Olinos en un tocadiscos y, a veces, nos pasaban alguna lección en diapositivas. Pero por lo general, aquello tenía todas las trazas de la educación tradicional, mucha memoria y, sólo porque había que compatibilizar dos cursos, fichas de aquellas de Santillana para entretener al curso que en ese momento no estaba siendo atendido. Además, aquel curso inauguramos baños con agua. No era potable y no se podía beber pero, al menos, ya no íbamos a mear y a cagar a la tapia.
Don Carlos no pegaba demasiado, aunque algún cachete ya caería. Su sistema era de movernos arriba y abajo todo el tiempo. Cualquier pregunta bien respondida era valorada con un “tres puestos para adelante”, cualquier fallo en el “prietas las filas”, dos puestos para atrás. Nos pasábamos el día cambiando de sitio. ¿Todos? No. Si había alguno poco adepto a las primeras filas que conseguía llegar, podía llegar hasta el tres, pero las dos primeras sillas, mesas nuevas individuales, estaban reservadas para una clase selecta.

Una vez había una diapositiva con una fábrica. Y el maestro le preguntó al primero (seguramente José Miguel Aguado) que qué era aquello. Y no lo supo. Y así fue pasando hasta llegar a los últimos. Había un chaval, gamberrete que se apellidaba Encinas que lo supo: “una fábrica de cemento”. La norma decía que debía adelantar a todos los que no habíamos sabido aquello. Pero no, las dos mesas delanteras no se tocaron.
A mí aquello no me gustó nada. Además, yo gozada de una cierta inmunidad como hijo de maestros. Así que decidí provocar un poco. Demostraría que podía rebajarme a la perfección y llegar en una tarde al banco de la paciencia. Fue fácil: beber agua del grifo prohibido, golpear fuerte con la tapa del pupitre y no me acuerdo qué más. Enseguida llegué al momento más humillante, pues para pasar del cuarto por la cola la banco de la paciencia, había que saltar a todos los de 4º. Pero una vez allí, yo estaba pletórico de orgullo por la hazaña. Creo que alguno más se avino a la aventura. Don Carlos nos llamó y nos echó una bulla del copón.

Era un año en el que había habido una huelga de maestros. Y aquello también nos revolucionaba, Era la primera con el caudillo bien presente. Así que armados del valor que los propios profes nos contagiaron, escribimos a don Carlos pidiéndole acabar con el vaivén de los puestos para adelante y los puestos para atrás. Y se avino ha hacer un referéndum en la clase: llamaba a uno por uno y le preguntaba qué quería. Como él era juez y parte, al final dijo que había empate, pero que relajaría lo del movimiento de puestos.
Pero seguimos con aquel vaivén de “hola-don-pepito-hola-don-josé” que era cambiarnos todo el tiempo de sitio. Hasta que, a punto de empezar las vacaciones de navidad, le metieron el bombazo a Carrero y cambiamos la canción: “así volaba así así, así volaba así así, así volaba así así; así volaba que yo lo vi…

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