lunes, 20 de mayo de 2013

2010: Mahmoud, un saharaui en nuestra vida.

Hoy, 20 de mayo se cumplen 40 años del nacimiento del Frente Polisario. Creo recordar algún cartel saharaui en mi habitación de casa de mis padres. Pero sobre todo recuerdo cuando, en el Festival de la Juventud del Mediterráneo de Argelia, en 1986, compartimos muchas veladas con gente saharaui de nuestra edad. Era raro y chocante tener una forma de vida tan diferente en aquel momento y, sin embargo, compartir tantas cosas de la infancia: los mismos programas de tele, las mismas canciones, los mismos libros escolares. Desde entonces, me sentí especialmente involucrado con la causa de los saharauis por una sencilla razón: España y quienes la constituimos (españoles y españolas) somos responsables de aquello. No culpables, pero sí responsables. 
No voy a extenderme en qué es el conflicto del Sahara, ni cómo los vendimos por un plato de fosfatos, ni cómo están en estos momentos; tanto los que sobreviven en los campos de refugiados como los que padecen la ocupación. De eso es fácil saber, busca en cualquier web. 
Pero ese sentimiento de responsabilidad me ha hecho seguir siendo miembro de un colectivo prosaharaui (pese a sus carencias y a sus dogmatismos), llevar la web de su federación (www.madridconelsahara.org), estar en muchas de sus movilizaciones o, como en 2009, acoger a un niño saharaui en vacaciones. 

Como nuestra familia es “especial” para ellos, nos otorgaron a un peque que ya conocía España y que parecía más ducho en tratar con nosotros. Y una larga noche de julio, recogimos a Mahmoud en Barajas. Flaquito, flaquito, como decía la canción. Vestido con una escasa camiseta de floripondios naranjas, sus pantalones cortos y una pequeña bandolera con sus cosas. 
La habitación estaba preparada para recibirlo con un gran mapa del Sahara Occidental que él no ha llegado nunca a pisar. Fuimos a comprar ropa, le ofrecimos de todo, le hablamos..., pero el pequeño Mahmoud lloraba y lloraba. ¿le dábamos miedo? Tal vez. Pero al día siguiente o a los dos días, llegó la tía Reyes y, de repente, se acabó el llanto y empezó la sonrisa. Fue a buscar su bandolera y sacó los regalos: un collar (lo más llamativo) y unos llaveros. Lloraba porque no podía dar el regalo; cuando vio a una mujer, por fin le pudo entregar el preciado collar. Cosas de un peque y más de un peque musulmán. 
Con él y con muchos amigos pasamos muchos días de juego. Él, acostumbrado a la vida matriarcal, siempre rodeado de mujeres en el Sahara, estaba a gusto con niños más pequeños que él o con mujeres. Sus chicas: Dori, Úrsula, Nekane, Ana... Hasta hizo una lista de sus preferencias… 

Tenía carácter y a veces se enfadaba. Como a cualquiera que ha vivido sin dinero, era incapaz de establecer el valor de cambio de las cosas. Y, por supuesto, si había algo que lo volvía loco era el agua. Capaz de estar horas y horas dentro de una piscina, cuando descubrió el río Ara en Ascaso encontró su lugar en el mundo. Días enteros en el remanso del primer túnel, nadando, jugando y saltando desde el acantilado, hicieron que hoy la conozcamos como Poza Mahmoud. 
Decidimos que había que conocer a la familia y en diciembre nos plantamos con Ana Buenadicha en los campamentos de refugiados. Allí teníamos nuestra jaima con todo lo que fueron capaces de ofrecernos. Es verdad que no salimos de aquel campamento en toda una semana excepto una pequeña excursión a las dunas (acababa de haber un secuestro de cooperantes en Mauritania). Pero fue una experiencia importante en nuestra vida. Otro ritmo, otra dimensión espacial, una manera siempre cálida de acogerte, un té siempre preparado.
Al año siguiente volvió Mahmoud a casa. Esta vez con más confianza. Con mucha menos pluma de la que tenía el primer año. Encantado de pasar dos meses con nosotros y encantado de volver luego a su casa. Lo seguimos llamando de vez en cuando, preguntando por su vida, oyendo como se le pone voz de machote, deseando que crezca en paz y soñando que –antes que tarde- pasearemos con él por las amplias avenidas de El Aaiún liberado.

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