miércoles, 22 de mayo de 2013

1980: Santa Quiteria

Hoy es Santa Quiteria. Ni idea de lo que hizo esta pobre mujer para alcanzar la santificación. Pero, sobre todo, ni idea de por qué llegó a ser patrona de Alpedrete. Pero el caso es que, a finales de mayo, este pueblo de mi sierra inaugura la temporada de fiestas populares.

Finales de mayo... Solecito, días largos, aún no han empezado los exámenes, pero los estudiantes están hasta el gorro del instituto. O al menos, eso pasaba en nuestro instituto, el Jaime Ferrán. Algunos profes decidían, inteligentemente, trasladar las clases de por la tarde a la dehesa adyacente (qué tiempos aquellos, en que el instituto estaba rodeado por todos lados por los prados verdes de la vieja dehesa villalbina). Por que, si no, podía darse el caso de quedarse ellos en el aula y un alto porcentaje de alumnos estar retozando entre las vacas. Gloria “la Golda”, de literatura, hacía transportar incluso la pizarra, de manera que organizaba la clase lo más solemnemente posible, ella bajo la encina, el alumnado sobre la hierba.
Pero cuando se acercaba Santa Quiteria, piernas y hormonas de los del Jaime Ferrán rebullían cada vez más. Las fiestas debían de durar un fin de semana o así y el primer encierro solía coincidir en viernes. Llegábamos al insti a la hora habitual, los de Villalba a pie o en bici, los de los pueblos en sus autocares. Y en vez de entrar en clase, cogíamos directamente la carretera de Navacerrada camino de la plaza de toros portátil de Alpedrete. 4 kilómetros y una larga fila de chavales y chavalas recorríamos los arcenes de la M-601 hasta llegar al pueblo vecino.

Como por las tardes, los profesores se dividían en dos: los colaboracionistas y los que no. Mercedes D’Harcourt formaba parte de los primeros. A cambio de permitir ir al encierro, pedía que la gente se llevara álbum y lápices y entregara a la vuelta un dibujo al natural. Los que tenían dibujo ese día eran unos privilegiados: para que no la regañaran sus compañeros por el retraso, llevaba a los alumnos en su desvencijado dian6 rojo (a cinco por viaje, lo mismo se hacía ocho de ida y ocho de vuelta).
Los demás, a pie. A pasar la mañana en la plaza. Tonteando, como siempre. Para ver unos encierros de lo más normalito. Luego, con suerte, algún padre nos devolvía al insti en coche. Y si no, a pie.

Era la última escapatoria antes de los exámenes. Tras Santa Quiteria, tocaba lo más duro del curso. Y, por supuesto, no volvía a haber fiestas locales hasta que llegaban las vacaciones.
Hoy esto sería inimaginable en un centro educativo. Los móviles de los padres hubieran saltado y lo mismo nos hubiera devuelto al instituto la guardia civil. Pero no salimos ni más burros, ni más taurinos. ïbamos varios en la motocicleta de Abel, y sin casco; fumábamos y bebíamos... Los bocatas de tortilla de Carmen y Delfín, en la cafetería del insti, no estaban hechos con huevina, pero nunca nadie se envenenó. Y estaban buenísimos.

3 comentarios:

  1. me ha gustado leer la realidad de nuestras vidas. Ya te iré leyendo!
    Gracias por tus anécdotas!

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  2. Jajaja, aunque tenga un tiempo este comentario, lo acabo de ver y qué recuerdos. Soy una de las personas que lo vivió.....y de las que formaba parte de ese grupo

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  3. Qué bueno!
    He encontrado esto y me ha trasladado a la dehesa Boyal en primavera.
    A recordar con admiración a profesores como Mercedes D´Harcourt, Ricardo Zamorano, Ignacio Cal, Carmen Hermida, y otros. Eran buenísimos y unos pedagogos increíbles, adelantados del momento que nos tocaba vivir.

    Creo que las generaciones de esa época, los que plantamos los primeros árboles del instituto, ha dado y está dando muchas buenas cosas a la vida!

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