sábado, 11 de mayo de 2013

1981: Los B.U.M.


Por aquellas épocas la mili era la gran obsesión de chavales y jóvenes. Para muchos, una aventura, un acceso al mundo adulto, un acto social. Para otros (para mí y mis colegas), un hachazo diabólico en plena juventud. Además en mi caso, la experiencia de la mili de mi hermano, a principio de los 70, había sido una especie de trauma familiar.

Llegado el turno a nuestra generación, el primero en marcharse fue Abel, que tenía un año más y encima se fue voluntario porque alguien le había dicho que lo podían enchufar. Se fue a Cáceres con el año, en un invierno frío como todos los de nuestra Sierra. El campamento debía de durar dos o tres meses y sus padres -guardeses de una urbanización- no podían ir a verlo. Así que algunos del instituto decidimos ir. Pero de los dichos a los hechos hay muchos trechos y al final, sólo estábamos dispuestos a endeudarnos-escaparnos-buscarnos-la-vida Úrsula y yo.

Teníamos 17 años. Y ni un duro. Mi madre, incluso, se puso flamenca: “si tienes dinero vete, pero yo no te doy para que pierdas un fin de semana, que seguro que tienes que estudiar”. Por aquella época, yo había asistido a un acto de lanzamiento de deuda pública de la Diputación de Madrid. Me pareció una idea estupenda...

Así que lanzamos los BUM (Bonos de Úrsula y Miguel). Diseñados con buena letra, máquina de escribir y letraset y hechos a fotocopia en La Rocha. Si alguien en el Insti había pensado que yo ya había quemado todos mis cartuchos de imaginación, se equivocaba. Mi lanzamiento al mundo de las finanzas fue impresionante. Hubo que dar una y mil explicaciones, porque eran complicados. Pero, al final, sacamos una segunda edición, los VUM, ya que Verónica, con ese sistema de financiación, se apuntó también.
Era muy fácil. Si nos daban 100 pesetas, las devolvíamos con un interés del 15%. Y si nos prestaban 200, el interés subía al 20%. Una auténtica ganga. Devolveríamos la mitad del dinero a los dos meses (en abril) y la otra mitad en junio (cuando cumplíamos años). Y esas mitades se realizarían por sorteo. También había que explicarles a las gentes que el 15 y el 20% eran anuales (como en cualquier banco), por lo que si devolvíamos la cantidad en dos meses, sería la sexta parte del porcentaje y si era en cuatro meses, la tercera. ¿Te lo tengo que explicar también a ti, lector?
No creo que nadie lo entendiera mucho. Pero funcionó. En dos semanas reunimos capital suficiente para coger el tren correo un viernes, comprar algo de comida, pillarnos una fonda para los tres y volver el domingo por la noche. Ni que decir tiene que los gastos no presupuestados fueron “obviados” y que no por desayunar por la cara no lo hacíamos opíparamente.

El tren correo alcanzaba velocidades rayanas a los 30 km/h. Así que íbamos sentados en el estribo de la puerta y llegamos a robar el cartel metálico del destino en marcha. No sé dónde quedaría aquel “Madrid-Talavera-Cáceres” que fue durante años el trofeo de la expedición.
Conocimos Cáceres, ciudad bellísima. Tonteamos mucho. Nos divertimos. Estuvimos mucho tiempo con Abel. Y el último día regresamos en el Lusitania Expreso. A 50km/h de media y sin calefacción. Pero teníamos 17 años y un futuro esperanzador en Lehman Brothers.
Eso sí, devolvimos todo el dinero con su interés. O al menos, todo el que nos solicitaron quienes acreditaban estar en posesión de su BUM.

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