jueves, 23 de mayo de 2013

1992: Móstoles, el far west

(...)Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor tendrás amigos.(...)
 
José Agustín Goytisolo "Palabras para Julia"
Mi tiempo en la concejalía de Juventud de Coslada tocaba a su fin. No sólo porque ya estaba en una edad poco joven. Realmente había un cierto conflicto de “hijo mata al padre” entre el Concejal y yo. Aquello era ya demasiado mío: programa, objetivos, actividad, organigrama y había que buscar una salida. 

En el verano del 92, me llamó mi amigo Javier Pontes y me contó que había entrado a trabajar en Móstoles, donde IU se había incorporado al gobierno, y estaban buscando un Director de Cultura. Lo de Cultura no me asustaba, todo lo contrario, me sentía si no preparado, al menos implicado. Lo del sur sí que me echaba un poco para atrás. Era una plaza de confianza con un contrato extraño (alta dirección o así) y muy bien pagado. Conocía al cabeza de lista de Móstoles de todo el proceso de renovación del PCE de Madrid y preparé el currículum. Tuve una entrevista con el alcalde y, en pocos días me confirmaron la plaza. 

Pedí la excedencia en Coslada, donde me hicieron una comida de despedida a la que vino el propio alcalde,  Huélamo, que ya auguró que volvería. Y me fui para el lejano oeste con mi pomposo título de Director.

Llegué a Móstoles, con ganas de cambiar el mundo. Me enseñaron el centro donde trabajaría. En la cuarta planta estaba el apartamento inglés. “Y eso qué es?” me pregunté yo. Pues una especie de picadero horteramente amueblado, mandado construir por el anterior alcalde en el centro cultural de al lado del ayuntamiento; con su cama abatible y todo. Eso ya me dejó claro a dónde había venido y cómo era su clase política. El comité de empresa estaba solicitando un local y decidí que cederles aquello me daría alguna paz social… 
Desde hacía siglos, en aquella concejalía, no había programación. Yo que, además, por aquellas épocas hacía Pedagogía en la UNED, puse en marcha un sistema de programación por objetivos que no gustó pero que nada. Tenía cinco centros a mi cargo: el central (Villa de Móstoles), tres centros socios culturales (Caleidoscopio, El Soto y Joan Miró) -cada uno de los cuatro con su biblioteca- y un Conservatorio Municipal. En total, casi doscientos profesionales; yo que venía de una concejalía con tres. 

Algunos colaboraron y aportaron. Otros estaban ahí. La mayoría metió todos los palos posibles en la rueda de la bici. Pero salimos adelante. Eran tiempos en los que había algo de dinero y había iniciativas que tenían resonancia. Montamos el teatro con una programación estable (el primero de una ciudad no capital en la Red del Ministerio). Intentamos sectorializar los centros, de manera que se saliera de esa dinámica pueblerina de los talleres. En algunos se consiguió, en especial en El Soto en torno a las escénicas. Conseguí hacer una programación de actividades en la calle: el festival de folclore y la representación del 2 de mayo, que aún persiste. Diseñé una política de infancia intentando imitar los modelos franceses de Les Francas. Tuvimos una trayectoria coherente de exposiciones, algunas de las cuales las hicimos nosotros. Y trabajamos duramente para conseguir que la prensa nos hiciera caso. Aún si se pone mi nombre ligado a Móstoles, Google devuelve noticias de Jazz. 
Aprendí mucho. Y curré muchísimo. Yo con mi bisoñez pero también con mi tesón. Los trabajadores de Cultura componían una sociedad un poco endogámica. Entre la gente que estaba bajo mi dirección habían cuatro ex directores. Muchos de ellos habían tenido relaciones personales entre sí. Aquello era difícil de gestionar. 

Y, sobre todo, era difícil gestionar un ayuntamiento en el que un día no había alcalde (había dimitido) y otro día había dos (el dimisionario regresaba y mandaba a la policía contra su contrincante). No sólo había una terrible inestabilidad política. Es que los dos funcionarios fundamentales (secretario e interventor) estaban a hostias. El PSOE de Móstoles de desgarraba entre guerristas y leguinistas llegando a situaciones de escándalo en el Pleno. Entre dimisiones de alcaldes y roturas de pactos, yo creo que pasé más tiempo cesado que en plenas facultades. 
Editábamos una revista (Móstoles Cultural) y en una de las ediciones no querían distribuirla porque no había partida o algo así. Tiré de mis niños de Tiempos Libres y en tres tardes todo Móstoles la había recibido. Comprobé por primera vez en la vida que, cuando innovabas o -simplemente- acertabas en algo, era cuando más enemigos te creabas. Fue duro tener éxito.

En dos años yo estaba ya un poco de vuelta de todo. Javi se marchó a la Ribagorza a un proyecto que le ilusionaba. Me sentí muy solo en un mundo que no era el mío y al que, además, no le tenía que agradecer nada. Un día, paseando por Coslada, me encontré a Huélamo, que me preguntó por los líos políticos de aquel lugar. Cuando le conté cómo estaba me dijo que me volviera, que yo tenía mi plaza aquí. Harto de ver a los hermanos Dalton esperar desde su mecedora ver pasar mi cadáver, un día de octubre del 94 dimití y me volví a Coslada. 

Por supuesto, la izquierda perdió Móstoles en las siguientes elecciones. Pero aún se pueden ver frutos de decisiones mías en aquellos centros. Incluso hay gente que habla bien de mí…

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